domingo, agosto 04, 2013

Santo Domingo, año DXV....





Hace mas de  cinco siglos se funda la ciudad de Santo Domingo, y PeNéLopE celebra este aniversario con dos escritos sobre el tema. Una reproducción de un escrito nuestro que apareciera esta semana en DiarioLibre, gracias a los buenos oficios de Inés Aispún; y Emilio Brea relata su primer encuentro con la ciudad en un escrito nostálgico y autobiográfico que nos hiciera llegar via correo electrónico. 

Al final de mi escrito, una descarga existencial mas que otra cosa, cito a un grupo de amigos que aman y sufren la ciudad, y al revisarlo encuentro que se me quedaron muchos y a esos les dedico este post de PeNéLopE, al Profesor Gautier- Doi- y al Profesor Espaillat Nanita - Polín- a quiénes agradezco profundamente el haberme enseñado la pasion por la ciudad y la arquitectura; a Pablo Morel, por todo; a Luis Guzmán por contagiarme su locura, a Linda, Juan , Maura por ser cómplices en el amar esta ciudad... 



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La insoportable levedad Urbana.
A propósito del aniversario de Santo Domingo.

Sobre el titulo de este articulo, en una conversación con Cuquito y Andrés Mignucci, ese puertorriqueño esencial cuyo ultimo libro comentaré en este mismo espacio próximamente, Cuquito me sugeria que mas que “insoportable levedad” debiera llamarle “insoportable pesadéz” y ciertamente pudiera leerse asi tambien, por lo que, y ya dentro de los 50 años de “Rayuela” de Córtazar, invito a los lectores a que lo lean de las dos formas.

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Dibujos tomados del libro de René Sánchez Córdova “ Santo Domingo 1496-1991"


Hace unos 515 o 516 años (que los historiadores no se ponen de acuerdo)  se funda en la costa sur de la Isla de la Española la ciudad de Santo Domingo. Parece irónico que su fundación fuera, como dice el padre Rubio, un acto de amor, que produjo entre otras cosas la ciudad y el primer mestizo de América. La ironía reside en que aquel acto de amor entre Miguel y Catalina, se haya transformado a la vuelta de cinco siglos en un espacio agresivo y cargado de una amalgamada población que mas que vivir ese espacio lo sufre cotidianamente.
Si Milán Kundera, reconoció como insoportable la levedad del ser, en esa búsqueda existencial que convirtió en novela, Santo Domingo ha desarrollado una levedad urbana también insoportable en su búsqueda de una identidad que cada vez más se desvanece.
El esponjamiento de la ciudad con túneles gaseados  y elevados goteantes, viaductos e inútiles puentes peatonales, han cargado la ciudad de una levedad mas pesada que leve y mas costosa que funcional.
Esta levedad urbana, pesada e insoportable, tiene a imponerse cotidianamente al uso de millones de dolientes e impone un programa existencial  que arrastra la pesadez del pecado original que los políticos que han administrado este espacio mágico, lúdico, leve  e insoportable que es Santo Domingo, exhiben impúdicamente.
La insoportable levedad urbana ha sido producto de años de mala practica en la gestión urbana y en el diseño de la ciudad donde las autoridades se han hecho cómplice de promotores que solo ven la ciudad como un capital extendido para hacer dinero a costa de la propia ciudad y sus ciudadanos, donde los ingenieros viales solo conciben el espacio publico como una reserva para ampliar las avenidas o disponer estaciones variopintas, donde el ciudadano se siente amenazado y confundido y donde las autoridades clausuran plazas por años sin pestañar si quiera.
No obstante, la ciudad está ahí, cinco siglos y sigue de pie, con lugares únicos y un inmenso rio y otro inmenso rio y otro, con unos barrios populares trepidantes de vida y actividad, con Gascue moribundo, vago recuerdo del barrio de la burguesía comercial que fuera,  infectado de una torritis aguda, con San Carlos, primer poblado extramuros, Villa Francisca, encaramada sobre las colinas de Galindo que aun llora sus vírgenes, con el Malecón tosiendo sus camiones y recibiendo cada mañana los tórridos rayos del astro rey y las brisas limpiadoras que permiten a la ciudad respirar, con los barrios depauperados  e insalubres que muestran orgullosamente sus cicatrices y su orden otro desde las orillas de los ríos.
Dibujos del libro de René Sánchez Córdova

Ahí están los ensanches Naco, Piantini, convertidos por la alquimia urbana en un polígono central que centra, en su propia e insoportable levedad, todo lo que no debe hacerse, producto de la carencia de gestión y de la ingravidez política. Y mas allá hacia el norte están Arroyo Hondo entre el viejo y el nuevo y sus ínfulas de barrio bien, Los Ríos y sus mansiones separados por la gran cañada del zoológico del mas que popular sector de Cristo Rey, especie de excrecencia de las villas pericentrales ( neologismo urbano propuesto por Cesar Pérez)de Villa Juana y Villa Consuelo.
El Millón al oeste apunta a barrio de la clase media balaguerista y cruzando el Isabela, ya perdido su aroma a chicharrón, desplazado por los trepidares metálicos de un metro que se hunde en la parte rica y emerge cual Leviatán en la parte pobre, Villa Mella.
El Ozama limita el ensanche con su nombre y al norte el barrio de los negros Mina, llega húmedo a La Barquita.
Ahí sigue la ciudad que ha sido desmebrada en ocho demarcaciones diferentes que solo han traído mas confusiones y carencias… y mas puestos clientelares.
Origen y destino todo esto, acunada entre el Ozama y el Mar de los Indios Caribe, encontramos  La Ciudad Colonial de Santo Domingo, destacando su belleza entre tanta y tan insoportable levedad urbana, con sus espléndidos monumentos y su arquitectura simple y llana , construyendo espacios verdaderamente mágicos, plazas de una calidad tan y tan sencillas que las hacen maravillosas. Ciudad de piedra y argamasa, de madera y de bloques de hormigón, de vidrio y metales y sobre todo de amor y de lugares amorosos: El Conde. El parque Colon, las escalinatas del Conde, la plaza España, el parque Duarte…
Y velando por la ciudad aquellos que la aman y la han amado: Osvaldo, Moncito, Guillermo, Caro, Ruiz Castillo, Nani y Don Billie, los Manolitos, Gay, Leonte… y sufriendo por la misma, Pérez Montás, Prisco, Don Víctor, Erwin, Pla, Tobi, PJ, Pablob, Cuquito, Emilio, José Enrique…
Feliz Aniversario Santo Domingo, que tu levedad urbana se vuelva magia!
Omar Rancier.




DIA DEL URBANISMO DOMINICANO

La mañana temprano en que por primera vez la vi, con apenas cinco años cumplidos y sin comparación alguna que no fuera la de mi procedencia, la capital me pareció extrañamente pueblerina. Nada impactante que no fuera el fuerte olor a café y las imágenes casi cinematográficas de aquel aeropuerto situado al lateral derecho de la carretera o avenida, si se venía ingresando desde el Cibao, como veníamos dentro del suntuoso carro público de Pichardito.
Aeropuerto Generals Andrews. Imagen tomada de Imagenes de Nuestra Historia.
Luego con el tiempo supe que el General Andrews estaba donde ahora está Rehabilitación, al borde la Av. San Martín, justo en la esquina de la calle Barahona, donde siempre ha funcionado una cafetería que se llama “la cafetera”.
En aquel viaje imborrable, mi padre me había despertado para que viera los aviones, por lo que deduzco que por eso pasamos tan despacio por el frente del aeródromo. Mi madre me contó mucho tiempo después, que mirando pregunté “¿Dónde vive Trujillo?”.
Viajábamos desde San Francisco de Macorís y aunque no lo sabía, mi padre tenía cita médica. Mi madre le acompañaba. Habíamos dejado a mi hermana Teresa, con apenas un año de nacida, a cargo de alguna de las tías, que para entonces eran numerosas. El año 1956 tenía días de haber empezado. Si hacía frío, no es ahora parte de mis recuerdos. Pero por supuesto que viajamos abrigados. La salida fue de madrugada y con dos paradas obligadas (Bonao y La Cumbre), la mañana nos sorprendió antes de entrar a “Ciudad Trujillo”.

La Feria, 1956. tomada de la revista Life.  A la derecha el pabellón circular del desaparecido edificio que ocupara la incendiada Secretaria de Agricultura

Nos bajamos del carro en la Martín Pucchi (en el barrio San Juan Bosco) donde vivía Tío Fello. Momentos después me llevaron a ver dónde vivía Trujillo. El Palacio me pareció irreal. Pero las casas de los alrededores me deben haber impactado por su grandiosidad. Así fui descubriendo la ciudad capital. Las calles asfaltadas y los “tantos” carros cautivaron mi atención. No podría saber cuándo fue, pero un día me vi en La Feria. Probablemente alguna fecha del fin de semana considerando que viajáramos viernes. Entonces sí que quedé boquiabierto. Ni siquiera en el cine había visto nada igual (entonces solo me dejaban ir a ver vaqueradas al matinee del domingo). Mi madre no me soltaba las manos. Creo que anduvimos por todo lo posible y almorzamos en un restaurante que me llamó la atención porque lo debo haber asociado (formalmente) a un platillo volador. Era redondo y el techo abovedado, totalmente rodeado de ventanales de cristal y climatizado. Estaba en el lateral sureste del incendiado edificio donde funcionara Agricultura hasta 1995.
Cuando llegaba la noche me recuerdo caminando por la que ahora reconozco que es la Av. Independencia, ya dentro del ámbito de la barriada tradicional que lindaba con la urbanización La Primavera. Mi padre interceptó de mala manera al conductor de un carrito de concho que bajaba desde el norte y lo abordamos mientras el chofer medio protestaba porque estaba fuera de servicio o algo así. Debo haber llegado dormido a la Martín Puchi.
Así conocí la capital (o, realmente, una parte de ella). Han pasado ya 57 años. Mi padre murió dos años más tarde… Y lo que si recuerdo es que cuando pasaron once años de aquel encuentro, teniendo ya 17 agostos, empecé a estudiar arquitectura casi sin proponérmelo. Completar los aprendizajes básicos de la primaria y la secundaria, había sido fácil. Me enfrentaba, sin saberlo, a algo que cambiaría mi vida, que tampoco era antes la gran cosa.
Cuando, 14 años después se produjo, en 1981, mi ingreso al Grupo Nuevarquitectura, por invitación de Omar Rancier, ya había fecundado en mí un atractivo especial sobre lo que estudiaba, casi por decisión personal, a  falta de estímulos y alientos académicos y escasamente profesorales.
Entrar en contacto con la Restauración y Conservación de Monumentos desde 1973 (con la llegada de Teódulo -Prisco- Blanchard Paulino al Departamento de Arquitectura de la UASD), los seminarios del ICOMOS desde 1974, conocer Haití, Curazao y Aruba ese mismo año, viajar a Puerto Rico y a New York en 1975, participar del XIII Congreso UIA en Ciudad México, en 1978 y del XIV en Varsovia, en 1981; y el hecho de que Don Manuel Rueda y Soledad Álvarez me permitieran ingresar al grupo editorial del desaparecido suplemento cultural Isla Abierta del periódico Hoy, tras empezar haciendo pininos informativos y comunicacionales en el Listín Diario (en 1974) y con Clara Leyla Alfonso en el propio Hoy (fuera de Isla Abierta, a partir de 1985), me abrieron las puertas que empujaba sin saberlo, hacia un mundo del que no me pude apartar jamás… El de la arquitectura y el urbanismo.
Pero me fui dando cuenta que la arquitectura era muy personal y excesivamente inaccesible y cara para las mayorías, y que el urbanismo, con todo y ser un acertijo de pasiones político administrativas del suelo y las circunstancias económicas que lo origen, podía llegar a más personas si las partes tenían o ponían en uso la sensibilidad social.  De todas maneras no dejé de ver a una sin el otro, o viceversa. Y un día inauguramos aquella memorable Primera Bienal de Arquitectura de Santo Domingo (1986). El año anterior, mientras ya empezaban a demoler el Hotel Jaragua, habíamos solicitado al Poder Ejecutivo la instauración del Día de la Arquitectura Dominicana (3 de noviembre). Dos años después de la Primera Bienal, cuando nos disponíamos a inaugurar la Segunda (1988), nos llegó la noticia del decreto 503 dejando establecida la fecha para dicha conmemoración.
Entonces pensé en la ciudad, como un genérico, y en el urbanismo, como su soporte teórico, conceptual e intelectual y le propusimos al Poder Ejecutivo una segunda fecha, el 4 de agosto, como Día del Urbanismo Dominicano. Era el año del quinto centenario (1992) y el decreto 579 no tardó en ser evacuado.
Mi madre se sentía orgullosa de que su hijo hubiera alterado el calendario, aunque fuese agregando letras; hoy 21 años después del 1992, sentimos mucha lástima, mucho enojo, pena desgarradora por esta ciudad venenosa, destructora de la sensibilidad humana, ruidosa como Bangkok, sucia como las barriadas sin fotógrafos de Hong Kong, peligrosa como los ghetos de Washington,  vandalizada por sus propias autoridades, olvidada por sus dirigentes y agredida por sus habitantes. Santo Domingo festeja a puro escándalos, el merengue que ya no es tal. Sus líderes políticos se alejan distantes a los resorts turísticos más remotos, para descontaminar sus visuales de espantos que recogen en las calles de la “Primada de América”. Llevan el olfato constipado de tanto hedor nauseabundo, fétido y pútrido, que rodea el todo urbano por las acumulaciones de basuras contaminantes.
Santo Domingo estuvo de cumpleaños (5 de agosto) y le pasó su fecha del Urbanismo Dominicano (4 de agosto), como ya es costumbre, sin nadie que se dé por aludido. Es preferible ir a jugar golf, después de todo, la conmemoración no la ha ordenado el Comité Político de los 27 potentados que hacen parte de la corporación política que domina la escena cual claque pre trujillista…
Emilio Brea






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