miércoles, enero 07, 2009

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El Pintor del CONDEFoto Pablo Bonnelly.
Miguelín, como le dice Nicolás(*), siempre está escribiendo, desde Berlín, sobre la ciudad, sobre su ciudad, una ciudad que tengo el placer de compartir con él.
Estoy enamorado de esa ciudad, particularmente estoy enamorado de la Calle El Conde.
Un amor del negrito, porque ni la calle ni las autoridades, ni los mismos, calleconderos, escritores, poetas, pintores ni los mismísimos arquitectos, me hacen mucho caso; pero no importa, mi amor sigue ahi doliendo en cada paseo dominguero que hago por esa calle de mis amores.
Esta vez Miguelín, como le dice Nicolás, que ya no bebe vinopiña sino que se ha técnificado con los bipers etílicos, nos cuenta del pintor del Conde, Enmanuel, me dice Martha mi esposa, que es una de sus fans, que se llama ( lo supo por una entrevista que le hicieron en un programa de TV) aunque no se atreve a dejarse pintar.
Enmanuel es uno de los personajes del Conde que debiera inmortalizarse como hicieron los cubanos con el Caballero de París,( mira quien viene por ahí/ es el caballero de París, asi dice el danzón) quien tiene su estatua en la acera frente al convento de San Francisco en La Habana Vieja de Eusebio Leal, el Historiador de La Habana.
Miguelín, como le dice Nicolás, les envia a sus amigos un correo electrónico desde su www.cielonaranja.com, que nos atrevemos a reproducir, por aquello de nuestro amor por la ciudad y además porque hace tiempo quería publicar algo de Miguelín, como le dice Nicolás.
El correo viene con una bella foto de Pablo Bonnelly que muestra a Enmanuel caminando por un Conde húmedo y solitario, una imagen que podría leerse como triste pero que a mi me ha producido gran alegría ver que Miguelín, como le dice Nicolás, y mi gran y entrañable PabloB, se acordaron del Pintor del Conde.
OR
(*) Nicolás Davis, gran amigo mio y de Miguelín y Gabina, mecánico de profesión y bebedor de corazón, se encarga de mantener dañada mi camioneta entre otras cosas.


El Pintor del Conde

Miguel D. Mena

Cuando me miro en el mapa de Berlín me digo que no solamente vivo en la Torstrasse, a tres edificios de donde vive Win Wenders y a cinco manzanas de la tumba de Brecht, Hegel y Heinrich Mann, sino a cien metros de Gita, un ser quien a pesar de su minuvalidez enfrenta todos los climas berlineses en el portal de su apartamento, cerveza en mano y lanzando unos terribles estridencias si es que caras conocidas le pasan de largo y no se detienen para aportar a lo único que le queda, el beber, el gritar, el arrastrarse, para no precisa bendición de sus vecinos. Tengo diez años viéndola, y es como "Casa tomada" al reves, es como si en la calle ella fuese tan importante como los autobuses, los postes, la acera, el paquete de gente.
Cuando me miro en el mapa de Santo Domingo el Conde es casi lo inevitable.
El otro día le pedí a mis amigos unas fotos y gracias que aparecieron Pablo Bonnelly y Aquiles Castro en mi socorro.
Bien temprano y en un día de lluvia, el Pablo cruzó de San Pedro de Macorís a la Ciudad Colonial y tomó unas fotos bellísimas. En una de ellas, frente al Edificio Diez y ese poste de luz que según las leyes de la gravedad y los sistemas cartesianos que a veces sustentan nuestras ciudades -tal vez nuestro Santo Domingo no, porque como ustedes sabrán a veces escapamos de cualquier lógica-, algún se podrá caer, si es que algún soplo le da de frente, justo en esa esquina del Conde, salió este personaje, tal vez para muchos de ustedes bien caro.
Es un pintor. Siempre anda con el chorro de papeles y un tabaco de los tiempos de Concho Primo. Dice Carlitos Castro que cuando él no te dibuja, que él siempre está dibujando a la misma persona. ¡Ya le daría yo lo que no tengo para que me hiciera un retrato y tal vez descubrir en el mismo algo que me lleve al mismísimo código Da Vinci, que nada se puede dudar!
El pintor del Conde siempre está en el Conde. Todavía no habla solo, así que es de confiar. Su ámbito vital no son más de cincuenta metros: en e Conde, entre la Meriño y la Duarte. Ahí vive, malvive, ¿sueña?
El pintor del Conde tiene la magia de estar siempre al fondo, y también la de salir en todas las fotos de Conde cuando nadie está en El Conde.
En altas horas de la noche -digamos que a las 10, porque todo está bajando en Santo Domingo, hasta los ritmos del sueño-, hay que ver cómo el pintor del Conde comienza a sacar sus ajuares esenciales, tres o cuatros paquetes de cartones con los que irá armando su casa-dormitorio-cama-
residencia, en uno de los espacios del gift shop que queda justo frente a Helados Bon, al lado del Hotel Comercial.
Hacen 20 o 30 años en el mismo espacio estaba Papote, otro personaje de los años duros del antibalaguerismo, quien en sus momentos de locura o de lucidez gritaba cosas sobre El Moreno y sobre los gringos y sobre gestas que harían pensar que Troya o el desembarco de Dunkerke estaban cerca.
Siempre habrá gente a la deriva en el Conde, rostros zambulliendose con nuestros rostros, gente que se nos va hermanando sin que lo pensemos un instante, que de repente nos son necesarios, imprescindibles, tanto como el café servido por Abreu, los viejos dulces de doña María la turca, el mediopollo de la Cafetera, el calorazo de la Cafetera, el fantasma de Enriquillo Sánchez y de todos los exiliados españoles en la Cafetera, y de Cestero cruzando por la José Reyes y hablándonos de algún escandinavo que se interesó en sus cosas.