miércoles, agosto 20, 2014

Celebrando a Emilio. A mis 60...


Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
Miguel Hernández El rayo que no cesa

Hoy Emilio cumpliría 64 años, y, en este día lluvioso, mas que su partida queremos celebrar su presencia.
Publicamos, cortesia de ese Cielonaranja que gestiona amoroso y eficientemente Miguel D. Mena, Miguelín, el hijo de Gabina y amigo de Nicolás, quien editara los últimos textos de Emilio en un libro, especie de testimonio de las luchas y el pensamiento del orgulloso hijo del Jaya , que pueden adquirir a través de Amazons, el texto “ A mis 60...” de Emilio, una especie de “amargo testamento” como dice Miguelín.
Comparto con ustedes, ademas, el texto de Miguel , “ El libro que Emilio no tuvo en sus manos” como textimonio de agradecimiento a Emilio. Con este libro me quedo con el dolor de no haber respondido a tiempo a la petición de Emilio de hacerle el prologo...
Aprovecho la ocasión para invitarles de nuevo al convite de amigos para celebrar su 64 aniversario, Celebrando a Emilio, que celebraremos mañana de 7:00 a 9:00 PM en la sala Max Henríquez Ureña de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Alli la idea es recordar a nuestro querido amigo y lo haremos con la participación de Victor Durán, Bienvenido Pantaleón, Jose Enrique Delmonte, Miguel D. Mena y yo, que hemos sido cómplices, en diferentes momentos, del Gran Cronopio que fue Emilio José Brea García, el hijo de la viuda. Jose Enrique estará fuera del pais  pero nos ha dejado una emotiva presentación, Miguel nos envia su texto desde Berlín. Yo haré el esfuerzo, umbrío por la pena, casi bruno, de hacer una semblanza.
Finalmente les dejo una foto de 1967 que tuvo la gentileza de compartir con nosotros el Arq. Atilio Leon, de los tiempos de Emilio en la UNPHU.
OR



A mis 60 

Quisiera ir dejando constancia, ante la sociedad dominicana, el país y la historia. Mis familiares, mis amigos y relacionados. Y ante las dudas de colegas, conocidos y fraternos para firmar un documento colectivo similar y anterior a este que debía reformular para hacerlo más íntimo, menos colectivo. Por sus silencios al convocarlos y por sus reservas de “otros (posibles) firmantes”, agradeciendo al único que contestó solidario…





L
as políticas públicas de construcción, transformación e intervenciones urbanas viales y de transporte que se realizan concentradas en su mayoría en la capital dominicana, no obedecen a proyectos de planificación previamente consensuados por lo que se evidencian desacertadas, mal fundadas en su concepción física y por ende han resultado, en su realización, traumáticas para el medioambiente urbano dada las defoliaciones, obstaculizaciones y las improbables garantías de funcionalidad que las mismas puedan ofrecer en el futuro y lo onerosas que han resultado para el erario, sin que estas hayan podido demostrar, en la práctica, que han solucionando algún problema vial de interés colectivo que no haya sido el aumento de la velocidad de traslado por el centro de la ciudad, el aumento de la capacidad de carga concentrándola para su paso por el centro neurálgico de la capital dominicana, el aumento de riesgos de accidentes en plena médula urbana, y el irresponsable traslado de los problemas que se disponían a solucionar, a otros puntos de tráfico inmediatos presionando los entornos colateralmente.
Privilegiar el movimiento automotriz es deshumanizar las ciudades. Para realizar estas desafortunadas intervenciones se han visto afectados los anchos de aceras para el viandante y absurdamente todos los puentes peatonales —elevados— que se han construido, los han realizado sin rampas, convirtiéndolos en excluyentes, aún en sitios donde las longitudes de superficie para las facilidades inclinadas de ascenso y descenso lo permiten.
La imposición de modelos culturales ajenos, extrapolados desde naciones desarrolladas, se oponen a los que tradicionalmente han caracterizado el comportamiento colectivo del conglomerado nacional, dando al traste con un sentido de vida ambiental y culturalmente más sencilla y coherente, armónica, caribeña y antillana, restándole singularidad característica al paisaje urbano como atractivo escenográfico heredado, incluyendo el apabullante entorno arquitectónico con que las ciudades dominicanas intentan hacer ostentación de un falso progreso manifiesto en colindantes edificaciones en alturas (eludiendo normas de seguridad básicas), lo que evidencia un peor y mal interpretado desarrollo que no refleja el bienestar humano alguno.
Los poderes gubernamentales, el municipal y el central, no han actuado históricamente en armonía de trabajo. Lo han hecho divorciados de una coherencia participativa, desdeñando las opiniones públicas y violando los elementales derechos de la ciudadanía.
La dispersión, el caos, el desarraigo, el desorden y los desequilibrios son cada vez más acentuados en Santo Domingo, donde no hay ni siquiera estabilidad en el suministro de energía desde hace más de 45 años y falla, desde antes, la distribución de agua potable en todos los subsectores barriales. A eso hay que agregar ahora el caos vehicular, alentado por la falta de planificación vial, la falta de autoridad y sincronización tecnológica, y la muy mala educación y prepotencia de quienes conducen. Los problemas infraestructurales, aquellos sanitarios del subsuelo, los de salud pública y garantías ambientales mínimas, escasean no sólo en la periferia, sino en pleno centro opulento y ostentoso.
Ante ese panorama, en el umbral de los 60 años, y tras haber acumulado suficiente conciencia sobre los problemas humanos y urbanos de los conglomerados, dentro y fuera del país, dejamos constancia de que no hemos sido copartícipes del estado de cosas que afectan a la capital dominicana ni a otras ciudades, y en ellas a sus habitantes, usuarios y visitantes. Hemos venimos alertando de manera individual y colectiva, y públicamente por medio de la prensa dominicana, a las autoridades locales con sinceras advertencias, estudios, sugerencias, planes, propuestas y proyectos, algunos personales y otros surgidos de conclaves nacionales e internacionales. Esto data de 1967 cuando empezamos a adquirir esa conciencia que nos llama a reflexión…
Por eso dejamos constancias de que no hemos sido responsables, ni directa ni indirectamente, de las malas prácticas de intervención urbana (no urbanística) en la capital dominicana y en otras ciudades del país.
Hemos querido decirlo así, dejando constancia y tras el aniversario de fundación de la histórica ciudad de Santo Domingo (5 de agosto).
Documento redactado el Día del Urbanismo Dominicano (4 de agosto) del año 2010.



EL LIBRO QUE EMILIO NO TUVO EN SUS MANOS
Miguel D. Mena

​Toda desaparición será repentina pero la suya fue demasiado. Aun y convaleciente de operaciones e internamientos, esperábamos que su vuelta a los predios hospitalarios fuera una más. Fue la última, sin embargo. El arquitecto Emilio José Brea García, francomacorisano de nacimiento, gascuense por adopción, ciudadano/soldado de un Santo Domingo que se esfuma, contertulio en bares y calles, se nos ha ido el viernes 11 de julio.
El dolor se nos acrecienta porque justo el 27 de junio habíamos publicado su “Santo Domingo. La ciudad episódica”, una amplia selección de textos suyos sobre cuestiones de arquitectura y urbanismo, libro que ya no pudo llegarle a sus manos.
En enero del 2012 comenzamos la armadura de ese texto, que incluiríamos en la Biblioteca Urbana de Cielonaranja. Se trataba de artículos que Emilio había publicado en “Diario Digital” y en “Acento” en el último decenio: un repaso a las transformaciones de la capital dominicana al calor del “Nueva York chiquito”, la nueva gravedad de la constelación urbana a partir del peso del Polígono y sus torres, entre otros temas, hasta llegar a los efectos que sobre la Isla tuvo el trágico terremoto en Haití.
Emilio José Brea García confirmaba así su vieja vocación de pensador caribeño, en la senda de un Roberto Segre, pero sin descuidar a Aldo Rossi, a Henri Lefebvre y David Harvey. Dentro de las esferas de la arquitectura dominicana, una raza caracterizada especialmente por su dura piel –cada crítica puede ser un picoteo menos-, Emilio se perfiló como una de sus voces más agudamente críticas. Lo suyo combinó la defensa del espacio urbano, la recuperación de su memoria, como manera de ajustar un nuevo principio de identificación con el entorno urbano. Enfrentó a unas y otras autoridades municipales, señaló entuertos, motivó discusiones, la creación de colectivos y la organización de actividades. Se alegraba como un niño al recordar que fue él quien propuso “El Día del Arquitecto Dominicano”. No fue necesariamente un apóstol ni un mártir, porque a sus actividades intelectuales las acompañaba un constante asumir a pie la ciudad, tratando de disfrutarla, de interpretarla in situ.
Emilio no pudo tener en sus manos “Santo Domingo. La ciudad episódica”. Cuando buscábamos la vía más rápida –la dirección de un correo privado en los Estados Unidos, tomando en cuenta la zona de turbulencia que es el correo local-, sugirió que se lo enviara a un querido amigo suyo en Nueva York, Ángel Batista Belliard.
El último capítulo de este libro suyo se titula “A mis 60…” Es como un amargo testamento, donde trata de asumir su voz como si fuese colectiva.
Es curioso que poco antes de su muerte, Le Corbussier haya escrito: “Tengo 77 años y mi moral puede resumirse en esto: en la vida es preciso hacer. Es decir, hacer en la modestia, la exactitud y la precisión… Para ser constante se debe ser modesto, se debe perseverar. Es un testimonio de coraje, de fuerza interior, una cualificación de la naturaleza de la existencia… Contemplad también el cielo azul, lleno todo él del bien que los hombres han hecho, pues, al final, todo retorna al mar”.
A sus 64 años, el arquitecto Emilio José Brea García se ha quedado como voz, pensamiento, ejemplo. Ha vuelto al mar. Voz de una ciudadanía cada vez más lacerada, pensamiento sobre los alcances de nuestra urbanidad, y como ejemplo de intelectual consciente y solidario. El Le Corbussier de los 77 años con seguridad que también hubiese sido el suyo.
Pero Emilio se nos fue. Pero también, "algo queda", como en el poema de Vallejo.
Esperamos que sus planteamientos sobre la cuestión urbana puedan ser discutidos en el aula, alrededor de una mesa, y pensados para lo que fueron: el mejoramiento de nuestra condición urbana. Tanto este último libro suyo como sus estudio sobre el Faro a Colón y la vivienda popular, ojalá y puedan ser asumidos entre los estudiantes de arquitectura y urbanismo, entre aquellos que comprendan que el país y la nación son justamente eso: LA CIUDAD, esta ciudad. 
Arquitectura 1967. Foto cortesía del Arq. Atilio León, Emilio es el cuarto desde la derecha en cuclillas,  el sexto es Atilio.