martes, septiembre 30, 2008







EL FUERTE SAN GIL,

un ensayo de autogestión…

Emilio José Brea García, Arqto.




Con su característica visión crítica e incisiva, Emilio, nos cuenta la historia del Fuerte Café San Gil y nos enseña, con un ejemplo único, una de las estrategias para revitalizar los monumentos que ha sido cuestionada por algunos preservacionistas a ultranza que entienden que el uso cotidiano hace daño a los monumentos, y son capaces de permitir su arrabalización antes de permitir su revitalizacion a través de un uso comercial diferente a su uso histórico.También desnuda nuestra particular realidad en términos de una administración que no entiende la necesidad de limpiar el ambiente como una condición fundamental para revitalizar nuestros espacios publicos, que, como él dice, propicia la privatización desde el gobierno central o la municipalidad cuando contradictoriamente el sector privado lo hace público.
OR

EL FUERTE SAN GIL,

un ensayo de autogestión…

Emilio José Brea García, Arqto.



¿De qué sirve esforzarse en tener una visión agradable de las cosas,

si mirarlas con escepticismo es aproximarse más a la verdad?

George Bernard Shaw (1856-1950)


Entorno del Fuerte de San Gil. Google Earth.


La pregunta formulada por el crítico irlandés citado, que murió el mismo año en que nací, me permite abordar esta presentación con ojos críticos y letras críticas, basadas en el pensamiento crítico que me he forjado en la vida.


EL TORREON Y FUERTE SAN GIL

En el sitio del antiguo Torreón del siglo XVI, que vigilaba y defendía la desembocadura del río Ozama, y aproximadamente cien años después, los conquistadores españoles construyeron un fortín que abaluartaron rodeando el Torreón.

Lo dedicaron a San Gil, que según el fenecido Padre Vicente Rubio (2006), prominente orador e investigador histórico de la Orden de los Predicadores, fue aquel un monje de origen griego nacido en el séptimo siglo que evangelizó a golpe de espada todo el borde norte de África, cruzó la península ibérica y los pirineos y llegó en Francia, a la región de Langedoc donde se aposentó y murió siendo Abad de la congregación religiosa del lugar.

Canonizado posteriormente, las comunidades militares de las épocas pasadas hicieron tradición dedicando sus fortalezas y sistemas defensivos a varios evangelizadores de capa y espada. Este de Santo Domingo se le dedicó a San Gil.

Básico en su disposición distributiva, el lugar tiene las típicas y clásicas características con que los conquistadores impusieron en América una marca de estilo inconfundible. Sus elementos identificatorios visibles lo permiten reconocer con una impronta tardo renacentista. De intención cuadrangular, aunque irregular, estuvo rematado, en sus esquinas hacia el sur, donde las aguas del río se unen al mar, por sendas garitas con ventanillas a manera de aspilleras y techo de cúpula rebajada.

Sus robustos merlones abrían troneras para cañones transportables sobre cureñas de madera, que recorrían un adarve relativamente estrecho, marcado hacia el exterior por el cordón magistral, desde donde el parapeto inclina suavemente para intentar, por su forma, contribuir a repeler los disparos invasores.

Que si estuvo o no techado fue el dilema de sus reconstructores parciales hacia 1991-1993, cuando lo rescataron del olvido con el deseo de tenerlo listo para aquellas conmemoraciones unilaterales del Quinto Centenario. Recuperadas sus huellas arqueológicas, tras desplazar hacia el norte el eje de la avenida que atrapaba el Monumento a la Independencia Financiera (1942) en gesto de pinza de circulación vehicular, el sitio fue liberado y se procedió en consecuencia.

Entonces cayó en abandono, una costumbre muy usual en todo el país. Probablemente ni sus auspiciadores volvieron a visitarlo jamás y en los siguientes cuatro años fue letrina pública, guarida de maleantes, pederastas, locos y drogadictos que hicieron del lugar un espacio de repulsiva presencia urbana hasta que dos arquitectos llegaron hasta él (probablemente locos también), una tarde cualquiera de un caluroso día para sentarse en el único espacio aparentemente limpio y que no hedía.

Ambos venían de buscar por la ciudad un lugar donde poner un Bar.

A uno de ellos -quien les habla- se le ocurrió decir que pidieran ese, que la peor diligencia era aquella que no se hacía. Pusimos manos a la obra y buscamos los planos que nos fueron facilitados en la antigua y desaparecida Comisión de Monumentos, esquematizamos un plan de manejo, dibujamos detalles, hicimos una perspectiva y presentamos una formal solicitud que coincidía, a propósito, con el Día Internacional de los Monumentos, el 18 de abril de 1997.

Al año siguiente, no sin antes desmontar dudas y caprichosas aprehensiones, firmamos un contrato renovable e inauguramos el 30 de abril el Fuerte CAFÉ San Gil. Esa noche hubo un tumulto de personas de las que muchas jamás volvieron. Pero persistimos abriendo de tarde, cuando el sol y las lluvias lo permitían, y cuando había luz, energía, no claridad de lunas, las que hemos disfrutado en cantidades, sino aquella que nos permitía hacer una batida de frutas o un cóctel, e iluminar las oscuras y románticas protuberancias interiores del lugar.

Así poco a poco, sin publicidad, la gente curiosa empezó a llegar y lentamente los enamorados lo descubrieron, lo hicieron suyo y preguntaban cosas, que a quien se le ocurrió, que si éramos militares, que cual era el padrino, que si éramos familiares del presidente y así por el estilo. Pocos daban crédito al anónimo protagonismo nuestro, desarmados, así por así.

Pero además, esos que llegaban y volvían también preguntaban por el lugar, se interesaban y se interesan todavía, por los aspectos históricos que lo envuelven en su cronología de siglos, los episodios que allí pudieran haberse escenificado, y sobre el cómo llegó a ser ruina, cómo desapareció y cómo lo reconstruyeron parcialmente.

Previendo esas interrogantes, en el Menú pusimos una sucinta historia del lugar y lamparitas de iluminación controlable sobre las mesas, para esa lectura y para las comidas que se convirtieron en el fuerte de San Gil. El olor de los asados incitaba, pero el sabor convencía y por más que aguantamos desesperándonos ante el desparpajo y agresividad de las campañas electorales, de los huracanes, de los desfiles militares y de los carnavales que nos hacían imposible el trabajo, con todo y eso, cumplimos diez años el pasado 30 de abril.

Las implicaciones de carácter administrativo no fueron nunca las mejores cartas de presentación nuestras al frente del establecimiento en donde las relaciones públicas y humanas si marcaron nuestras actuaciones en lo personal y en lo afectivo. Pero entre el amor y el dinero hay unan fisura abismal que taladra hasta el centro de la tierra y el volcán de lava estalló cuando ya no pudimos más. Hoy son otros los socios aunque seamos cabeza visible de las derivaciones comerciales del lugar.

De las experiencias buenas y malas, podemos hacer un tratado, pero no se trata ahora de ello. Apenas les enunciamos un caso exitoso de puesta en uso comercial de un inmueble reconstruido sobre un sitio histórico, no él monumento en si, sino el lugar, que juega un papel de dialogo silente con ese otro monumento del siglo XX (el de la Independencia Financiera), así los tres, dos antiguos de los siglos XVI y XVII, y este moderno, se perpetúan respetos mutuos y enmarcan una especie de entrada a la ciudad histórica y monumental, cuando se transita de Oeste a Este por el paseo marítimo de la capital dominicana.

Desde allí, en San Gil, hay una apertura en escorzo a panorámicas insospechadas de una ciudad que nunca vemos en las prisas cotidianas. Además de terraza urbana, y de refugio de bohemios y enamorados, se convirtió también en observatorio astronómico.

Los atardeceres son de ensueño y la bóveda celeste cuando abre a las profundas oscuridades de su infinita elocuencia, coquetea furtiva con nuestros ojos que escudriñan el firmamento intentando encontrar explicación a todo lo inconmensurable que allí arriba se desgrana en destellos y ostentaciones milenarias de constelaciones absurdas.

Hiparco fuera feliz sentado allí con un Ptolomeo de su época, discutiendo sobre paralelajes y distancias imposibles.

Pero una cosa si es cierta. Que hoy, si la gente del común conoce el lugar es porque allí se come y se bebe. Si fuera el mismo recinto aquel de antes del 1997, fuera un estercolero y un lupanar inmundo. Así están actualmente sus alrededores, porque la falacia de la ciudad posible y del barrio seguro se desmiente de ver sin mirar el malecón con su arrabal de desparpajos y pestilencias. Y así están muchos alrededores de monumentos, plazas y espacios conmemorativos de esta ciudad que tiene varias caras y poses, cuando conviene y les conviene a los tutores pasajeros de la cosa pública.

El saneamiento ambiental de los entornos urbanos está bajo responsabilidad fortuita y a merced de la providencia divina. La piedad y el conformismo son la norma municipal. “Sálvese el que pueda” es el criterio antojadizo de toda acción turística. Ojala no ocurra nada es la esperanza cultural.

No hay planes, hay planos, hay pensados proyectos que lentamente se hilvanan desde el sector privado que con la resistencia y apatía del sector público, terminarán alguna vez para satisfacción y beneficio del capital que socializará las pérdidas y compensará con ofertas restrictivas los usos privados de los espacios públicos.

La cultura del turismo, desde la municipalidad, debe dar un vuelco de positivismo, salir de lo unipersonal con enfoques inmediatistas y situar ese sector de la ciudad dentro del marco histórico que le corresponde y erradicar de allí toda la inmundicia que le rodea.

El paisaje está semi oculto detrás de la barata publicidad y de la profusa propaganda. Limpiar es fundamental para sobrevivir. Ojala todos los entornos monumentales y algunos recintos históricos, por monumentales, recibieran el visto bueno estatal para ser usados por el sector privado, que contradictoriamente los hace públicos, mientras que cuando están bajo control estrictamente estatal, son privativos de ser usados. Allí está, por ejemplo, el Fuerte del Angulo, inmerso en su desperdicio mini monumental, afectado por el estruendo desestabilizador de la planta flotante que vino de emergencia y se quedó por emergencia.

Santa Barbara y el Fuerte del Angulo, arriba la planta flotante. Google Earth.


Hay por ahí capillas sin sacralizar, ambientes de sus entornos que se prestan para el solaz esparcimiento, frente a la grandilocuente fachada de la Capitanía General de Indias y al lado del reloj de Sol, pero cuidado, que nos pueden excomulgar o exorcizarnos la vida, porque podría verse como satánica la intención de animar entornos y lugares abandonados a la casualidad y los caprichos momentáneos, supeditados a celos caducos del siglo antepasado, y sujetos a una moral de entredicho que actualmente coquetea con narcotraficantes y lavadores de activos que se encopetan de alcurnias para evadir impuestos y cárceles de celdas remodeladas con aires acondicionados, inversores, parábolas e Internet.

En el resto del mundo actualizan historias, monumentos, usos y recursos, aquí los engavetamos, los archivamos, los atesoramos de sustos heredados y los ocultamos, como si tuviéramos los temores paranoicos de los ataques nucleares o de los virus letales microbiológicos.

Si no aireamos sus usos, ni los conocerá la gente ni los recordará la historia.

En otros países han podido, nosotros debiéramos poder o por lo menos intentarlo…

Por la atención que me han dispensado, MUCHAS GRACIAS

Emilio José Brea García, Arqto.

III ENCUENTRO ACADEMICO INTERNACIONAL SOBRE CONSERVACION

Y

VII FORO DE INVESTIGACION EN ARQUITECTURA.

CONSERVACION Y USOS DEL PATRIMONIO FRENTE A LA GLOBALIZACION

CAPILLA DE LOS REMEDIOS

Santo Domingo

Republica Dominicana