viernes, octubre 22, 2010

EL MALECÓN DE SANTO DOMINGO, ENCANTOS Y DESENCANTOS.




Motivado por el Foro EspaciosUNPHU " Hablemos del Malecón..." Miguel D. Mena, el entrañable Miguelín, nos envia desde Berlín, este interesante trabajo sobre esta vía paradigmática que se publica, como el mismo nos cuenta, en el suplemento cultural Areíto del periódico Hoy, el único suplemento cultural que nos ha quedado después del embate mediático de las llamadas revistas de Sociedad ( Suciedad?),
Unas reflexiones que espero , como también lo espera Miguel, sirvan para enriquecer el debate
y que publicamos con el mensaje de lo acompañó.
OR




Querido Omar, me alegra mucho la iniciativa de pensar el malecón. Escribí esta colaboración para mi sección en Areíto, del periódico Hoy, que tendrá que salir este sábado... Pienso retocarla, porque siempre hay cosas que se quedan dentro de la camisade fuerza que son las palabras ajustadas a la página, pero de todos modos, tal vez pueda contribuir al debate...
Un gran abrazo
Miguel


EL MALECÓN DE SANTO DOMINGO, ENCANTOS Y DESENCANTOS.

Miguel D. Mena


Pensar el malecón es abrirnos al Mar Caribe. Seguir esa raya que va de este a oeste es trazar una historia todavía íntima, que necesita revelarse, que se encuentra en poemas, notas periodísticas, anuncios, crónicas sueltas, que a pesar de lo menudo nos han timbrado el ser.


Me imagino algún día una historia donde cuenten los principios de altura y de perspectiva en razón de cotidianidades, usos, ideologías. Sinuosa esa raya, enmadejado el Genius Loci de Santo Domingo, todavía no abierto los sentidos del “habitar”, extraños aún Heidegger y Bachelard, ¿cómo situarnos en, junto, a través de, con el espacio urbano?


El malecón es como una línea que sustenta el peso de la vida postcolonial, aquella que se levantaba durante la Segunda República, la que ubicamos tras el Movimiento de Restauración.


La instalación del Faro en el antiguo Fuerte de San José en el 1854, obra de Buenaventura Báez, sería seguido hacia final del siglo por el surgimiento de Ciudad Nueva, un barrio tempranamente cantado por José Joaquín Pérez. La ciudad crecía pero sin una relación directa con el Mar. El agua bajaba del Ozama o se extraíade los pozos. Salvo el balneario de Güibia, el Caribe era un puente hacia lo desconocido: la fuerza de los posibles ocupantes, la algarabía ante lo que se importaba, la constancia de que éramos islas y que el farallón que todavía sustentaba a La Fortaleza era suficiente para protegernos.



El malecón apenas tiene poco más de cien años de trazado y comenzado a concretizar con el Paseo Presidente Billini (1909). Durante los años 30 se iría extendiendo hasta llegar a la actual esquina con Avenida Máximo Gómez y aún más allá. El último gran actor de su trazado sería José Ramón Báez-Penha: nadie como él para contarla en “Por qué Santo Domingo es así” (1992). En ese libro se cuenta, por ejemplo, cómo el levantamiento del malecón habría de enfrentar a cierta oligarquía con el joven gobierno de Rafael Trujillo, debido a que la mayoría de las propiedades inmobiliarias de la Avenida Independencia extendían sus dominios hasta el mismo mar.


Tras esta obra suprema de ingeniería, el mapa de Santo Domingo se aclaró, tal vez a costa de otros ejes que se habrían de“oscurecer”, como el del eje costero que va del barrio de Santa Bárbara hasta la zona del muelle, de cara a la Puerta de San Diego. Tendríamos un Sur aún cuando el Norte habría de quedar en la indeterminación. En Santo Domingo todo va al Sur del aunque en el imaginario el “Norte” sea poco menos que una bruma: todo desemboca aunque, poco comienza. ¿Puede ser el malecón una metáfora de esa carencia geográfica del dominicano (= gentilicio de Santo Domingo? ¿No refleja ese déficit de puntos geográficos un principio de desorientación ínsita en el ser de esta ciudad?



Tempranamente el malecón fue pasarela para la expresividad autoritaria del régimen de la Era de Trujillo. Frente a lo peatonal que antiguamente contenían viejos centros como el Parque Colón o el Independencia, el malecón sirvió para explayarse en las fuerzas motorizadas. En este sentido, no es casual la recuperación que haría Guillermo González de este principio de espacio liso del malecón en el diseño que hizo del Parque Infantil Ramfis. Recuérdese que no sólo comenzaba la industria automovilística. También estaba el uso del patín entre los más jóvenes, y más aún, la conciencia de asumir los nuevos espacios públicos como espacios de representación del nuevo Orden. La paisajística de González se asimilaba así al nuevo estilo Internacional. El contexto no sólo era lo más inmediato físicamente, sino también la idea de que lo público debía ser de uso múltiple, brindándole al Estado un corpus por donde hacer y ser y estar siempre presente.



Junto al Parque Ramfis también se levantó el Obelisco y posteriormente el local del Partido Dominicano, mientras a poco menos distancia de un kilómetro, ya estaba inaugurado el edificio más paradigmático de los principios modernizadores de los años 40, el del Hotel Jaragua.

El trujillato supo erigirse en el malecón, marcando su estructura centrales con obeliscos. En el extremo Este, limaría las fallas tectónicas de La Fortaleza, borrándola de las visiones con la instalación de la mal llamada “Fortaleza” Trujillo, caso único en la historia en que una “fortaleza” no es más que una muralla-pastiche. En el extremo Oeste se levantaría luego, el gran proyecto deconcentración y modernización burocrática de la Era con la que celebraba sus 25 años, en 1955.



Caído el trujillato, las masas volvieron a sus viejos espacios, los parques. Llegó la Guerra de Abril de 1965, y en uno de sus textos, Miguel Alfonseca lamentaba que en aquellos tiempos no hubiesen demolido por completo el mismo obelisco, símbolo todavía vital de aquella Era lacerante.



Arrancó el gobierno de los Doce Años de Balaguer (1966-1978) y en poco menos de tres años ya estaba en funcionamiento la Oficina de Patrimonio Cultural, una entidad encargada de conservar y regular el espacio “significativo” de Santo Domingo. Se produjeron procesos que todavía nos ensordecen las noches –como la destrucción del viejo Parque Independencia- y se comenzaron otros que por suerte sólo quedaron a mitad de camino, como el de recuperar las murallas que iban desde el Fuerte dela Concepción hasta el lugar donde estaba el Fuerte de San Gil, en el mismo malecón. La teoría de entonces era rehacer uno que otro grabado romántico del Santo Domingo del siglo XIX, imponiéndolo al tejido urbano. Del viejo proyecto sólo se completó la parte referida a los extremos: se “despejaron” lo alrededores de La Concepción, borrando de espacio un sensible conjunto deedificaciones de los alrededores del Parque Independencia. En la línea que llegaba al malecón, se rehízo el Fuerte San Gil, agrupándolo al obelisco hembra, demostración más que evidente de la esquicia ya tradicional del urbanismo balaguerista deaquellos doce años y de los últimos diez.


Un fenómeno parecido aconteció a principio de los ochenta con los vecinos aledaños al Fuerte San José, de cara el levantamientode la estatua de Fray Antón de Montesinos, a quienes se trató de desalojarse, para que el monumento tuviera “más vista”. El proyecto no prosperó, por suerte, gracias a un fuerte movimiento de protesta. Mientras tanto, Montesinos alcanzó sus treinta metros, llegó el Presidente de México, José López Portillo, y al final la indianidad tenía un defensor. El conjunto, sin embargo, producto del descuido de todos los gobiernos subsiguientes, acabó arrabalizado.


En los noventa la especulación inmobiliaria empezó a desgarrar la zona, en especial la que iba de la calle 19 de marzo hasta la Espaillat. Del lado del malecón, en terrenos municipales, se instalaron restaurantes, mientras un hermoso conjunto deedificaciones de principios del siglo XX fue casi totalmente demolido.


En el último lustro, el Ayuntamiento celebró los domingos “el malecón libre”, lo que no fue más que una peatonización forzada de la zona. Se trataba de convocar al espíritu comunitario, aunque sólo fuera gracias al encanto de combos y bocinas. Al final la ciudadanía le dio la espalda a un proyecto que desde un principio sólo mostró la práctica populista de sus autoridades.



El malecón de Santo Domingo se ha convertido en el siglo XXI en una larga raya de zonas grises, comenzando con la Plaza Montesinos en el Este y concluyendo con el viejo balneario de Güibia y los hoteles arruinados con equina Máximo Gómez. A la saturación de su tránsito en el día se le une en la noche la carencia de una buena iluminación.


Aún así, ahí está el Mar Caribe, siempre refrescante, también dador de vida.