martes, septiembre 30, 2008







EL FUERTE SAN GIL,

un ensayo de autogestión…

Emilio José Brea García, Arqto.




Con su característica visión crítica e incisiva, Emilio, nos cuenta la historia del Fuerte Café San Gil y nos enseña, con un ejemplo único, una de las estrategias para revitalizar los monumentos que ha sido cuestionada por algunos preservacionistas a ultranza que entienden que el uso cotidiano hace daño a los monumentos, y son capaces de permitir su arrabalización antes de permitir su revitalizacion a través de un uso comercial diferente a su uso histórico.También desnuda nuestra particular realidad en términos de una administración que no entiende la necesidad de limpiar el ambiente como una condición fundamental para revitalizar nuestros espacios publicos, que, como él dice, propicia la privatización desde el gobierno central o la municipalidad cuando contradictoriamente el sector privado lo hace público.
OR

EL FUERTE SAN GIL,

un ensayo de autogestión…

Emilio José Brea García, Arqto.



¿De qué sirve esforzarse en tener una visión agradable de las cosas,

si mirarlas con escepticismo es aproximarse más a la verdad?

George Bernard Shaw (1856-1950)


Entorno del Fuerte de San Gil. Google Earth.


La pregunta formulada por el crítico irlandés citado, que murió el mismo año en que nací, me permite abordar esta presentación con ojos críticos y letras críticas, basadas en el pensamiento crítico que me he forjado en la vida.


EL TORREON Y FUERTE SAN GIL

En el sitio del antiguo Torreón del siglo XVI, que vigilaba y defendía la desembocadura del río Ozama, y aproximadamente cien años después, los conquistadores españoles construyeron un fortín que abaluartaron rodeando el Torreón.

Lo dedicaron a San Gil, que según el fenecido Padre Vicente Rubio (2006), prominente orador e investigador histórico de la Orden de los Predicadores, fue aquel un monje de origen griego nacido en el séptimo siglo que evangelizó a golpe de espada todo el borde norte de África, cruzó la península ibérica y los pirineos y llegó en Francia, a la región de Langedoc donde se aposentó y murió siendo Abad de la congregación religiosa del lugar.

Canonizado posteriormente, las comunidades militares de las épocas pasadas hicieron tradición dedicando sus fortalezas y sistemas defensivos a varios evangelizadores de capa y espada. Este de Santo Domingo se le dedicó a San Gil.

Básico en su disposición distributiva, el lugar tiene las típicas y clásicas características con que los conquistadores impusieron en América una marca de estilo inconfundible. Sus elementos identificatorios visibles lo permiten reconocer con una impronta tardo renacentista. De intención cuadrangular, aunque irregular, estuvo rematado, en sus esquinas hacia el sur, donde las aguas del río se unen al mar, por sendas garitas con ventanillas a manera de aspilleras y techo de cúpula rebajada.

Sus robustos merlones abrían troneras para cañones transportables sobre cureñas de madera, que recorrían un adarve relativamente estrecho, marcado hacia el exterior por el cordón magistral, desde donde el parapeto inclina suavemente para intentar, por su forma, contribuir a repeler los disparos invasores.

Que si estuvo o no techado fue el dilema de sus reconstructores parciales hacia 1991-1993, cuando lo rescataron del olvido con el deseo de tenerlo listo para aquellas conmemoraciones unilaterales del Quinto Centenario. Recuperadas sus huellas arqueológicas, tras desplazar hacia el norte el eje de la avenida que atrapaba el Monumento a la Independencia Financiera (1942) en gesto de pinza de circulación vehicular, el sitio fue liberado y se procedió en consecuencia.

Entonces cayó en abandono, una costumbre muy usual en todo el país. Probablemente ni sus auspiciadores volvieron a visitarlo jamás y en los siguientes cuatro años fue letrina pública, guarida de maleantes, pederastas, locos y drogadictos que hicieron del lugar un espacio de repulsiva presencia urbana hasta que dos arquitectos llegaron hasta él (probablemente locos también), una tarde cualquiera de un caluroso día para sentarse en el único espacio aparentemente limpio y que no hedía.

Ambos venían de buscar por la ciudad un lugar donde poner un Bar.

A uno de ellos -quien les habla- se le ocurrió decir que pidieran ese, que la peor diligencia era aquella que no se hacía. Pusimos manos a la obra y buscamos los planos que nos fueron facilitados en la antigua y desaparecida Comisión de Monumentos, esquematizamos un plan de manejo, dibujamos detalles, hicimos una perspectiva y presentamos una formal solicitud que coincidía, a propósito, con el Día Internacional de los Monumentos, el 18 de abril de 1997.

Al año siguiente, no sin antes desmontar dudas y caprichosas aprehensiones, firmamos un contrato renovable e inauguramos el 30 de abril el Fuerte CAFÉ San Gil. Esa noche hubo un tumulto de personas de las que muchas jamás volvieron. Pero persistimos abriendo de tarde, cuando el sol y las lluvias lo permitían, y cuando había luz, energía, no claridad de lunas, las que hemos disfrutado en cantidades, sino aquella que nos permitía hacer una batida de frutas o un cóctel, e iluminar las oscuras y románticas protuberancias interiores del lugar.

Así poco a poco, sin publicidad, la gente curiosa empezó a llegar y lentamente los enamorados lo descubrieron, lo hicieron suyo y preguntaban cosas, que a quien se le ocurrió, que si éramos militares, que cual era el padrino, que si éramos familiares del presidente y así por el estilo. Pocos daban crédito al anónimo protagonismo nuestro, desarmados, así por así.

Pero además, esos que llegaban y volvían también preguntaban por el lugar, se interesaban y se interesan todavía, por los aspectos históricos que lo envuelven en su cronología de siglos, los episodios que allí pudieran haberse escenificado, y sobre el cómo llegó a ser ruina, cómo desapareció y cómo lo reconstruyeron parcialmente.

Previendo esas interrogantes, en el Menú pusimos una sucinta historia del lugar y lamparitas de iluminación controlable sobre las mesas, para esa lectura y para las comidas que se convirtieron en el fuerte de San Gil. El olor de los asados incitaba, pero el sabor convencía y por más que aguantamos desesperándonos ante el desparpajo y agresividad de las campañas electorales, de los huracanes, de los desfiles militares y de los carnavales que nos hacían imposible el trabajo, con todo y eso, cumplimos diez años el pasado 30 de abril.

Las implicaciones de carácter administrativo no fueron nunca las mejores cartas de presentación nuestras al frente del establecimiento en donde las relaciones públicas y humanas si marcaron nuestras actuaciones en lo personal y en lo afectivo. Pero entre el amor y el dinero hay unan fisura abismal que taladra hasta el centro de la tierra y el volcán de lava estalló cuando ya no pudimos más. Hoy son otros los socios aunque seamos cabeza visible de las derivaciones comerciales del lugar.

De las experiencias buenas y malas, podemos hacer un tratado, pero no se trata ahora de ello. Apenas les enunciamos un caso exitoso de puesta en uso comercial de un inmueble reconstruido sobre un sitio histórico, no él monumento en si, sino el lugar, que juega un papel de dialogo silente con ese otro monumento del siglo XX (el de la Independencia Financiera), así los tres, dos antiguos de los siglos XVI y XVII, y este moderno, se perpetúan respetos mutuos y enmarcan una especie de entrada a la ciudad histórica y monumental, cuando se transita de Oeste a Este por el paseo marítimo de la capital dominicana.

Desde allí, en San Gil, hay una apertura en escorzo a panorámicas insospechadas de una ciudad que nunca vemos en las prisas cotidianas. Además de terraza urbana, y de refugio de bohemios y enamorados, se convirtió también en observatorio astronómico.

Los atardeceres son de ensueño y la bóveda celeste cuando abre a las profundas oscuridades de su infinita elocuencia, coquetea furtiva con nuestros ojos que escudriñan el firmamento intentando encontrar explicación a todo lo inconmensurable que allí arriba se desgrana en destellos y ostentaciones milenarias de constelaciones absurdas.

Hiparco fuera feliz sentado allí con un Ptolomeo de su época, discutiendo sobre paralelajes y distancias imposibles.

Pero una cosa si es cierta. Que hoy, si la gente del común conoce el lugar es porque allí se come y se bebe. Si fuera el mismo recinto aquel de antes del 1997, fuera un estercolero y un lupanar inmundo. Así están actualmente sus alrededores, porque la falacia de la ciudad posible y del barrio seguro se desmiente de ver sin mirar el malecón con su arrabal de desparpajos y pestilencias. Y así están muchos alrededores de monumentos, plazas y espacios conmemorativos de esta ciudad que tiene varias caras y poses, cuando conviene y les conviene a los tutores pasajeros de la cosa pública.

El saneamiento ambiental de los entornos urbanos está bajo responsabilidad fortuita y a merced de la providencia divina. La piedad y el conformismo son la norma municipal. “Sálvese el que pueda” es el criterio antojadizo de toda acción turística. Ojala no ocurra nada es la esperanza cultural.

No hay planes, hay planos, hay pensados proyectos que lentamente se hilvanan desde el sector privado que con la resistencia y apatía del sector público, terminarán alguna vez para satisfacción y beneficio del capital que socializará las pérdidas y compensará con ofertas restrictivas los usos privados de los espacios públicos.

La cultura del turismo, desde la municipalidad, debe dar un vuelco de positivismo, salir de lo unipersonal con enfoques inmediatistas y situar ese sector de la ciudad dentro del marco histórico que le corresponde y erradicar de allí toda la inmundicia que le rodea.

El paisaje está semi oculto detrás de la barata publicidad y de la profusa propaganda. Limpiar es fundamental para sobrevivir. Ojala todos los entornos monumentales y algunos recintos históricos, por monumentales, recibieran el visto bueno estatal para ser usados por el sector privado, que contradictoriamente los hace públicos, mientras que cuando están bajo control estrictamente estatal, son privativos de ser usados. Allí está, por ejemplo, el Fuerte del Angulo, inmerso en su desperdicio mini monumental, afectado por el estruendo desestabilizador de la planta flotante que vino de emergencia y se quedó por emergencia.

Santa Barbara y el Fuerte del Angulo, arriba la planta flotante. Google Earth.


Hay por ahí capillas sin sacralizar, ambientes de sus entornos que se prestan para el solaz esparcimiento, frente a la grandilocuente fachada de la Capitanía General de Indias y al lado del reloj de Sol, pero cuidado, que nos pueden excomulgar o exorcizarnos la vida, porque podría verse como satánica la intención de animar entornos y lugares abandonados a la casualidad y los caprichos momentáneos, supeditados a celos caducos del siglo antepasado, y sujetos a una moral de entredicho que actualmente coquetea con narcotraficantes y lavadores de activos que se encopetan de alcurnias para evadir impuestos y cárceles de celdas remodeladas con aires acondicionados, inversores, parábolas e Internet.

En el resto del mundo actualizan historias, monumentos, usos y recursos, aquí los engavetamos, los archivamos, los atesoramos de sustos heredados y los ocultamos, como si tuviéramos los temores paranoicos de los ataques nucleares o de los virus letales microbiológicos.

Si no aireamos sus usos, ni los conocerá la gente ni los recordará la historia.

En otros países han podido, nosotros debiéramos poder o por lo menos intentarlo…

Por la atención que me han dispensado, MUCHAS GRACIAS

Emilio José Brea García, Arqto.

III ENCUENTRO ACADEMICO INTERNACIONAL SOBRE CONSERVACION

Y

VII FORO DE INVESTIGACION EN ARQUITECTURA.

CONSERVACION Y USOS DEL PATRIMONIO FRENTE A LA GLOBALIZACION

CAPILLA DE LOS REMEDIOS

Santo Domingo

Republica Dominicana

domingo, septiembre 28, 2008




El Polígono Catedral y el Plan OISOE-Arzobispado
La presente entrada es un articulo que se publicó en el periódico Hoy el 21 de septiembre (http://hoy.com.do/opiniones/2008/9/21/248236/El-Poligono-Catedral-y-el-Plan-OISOE-Arzobispado).
Nuestra idea fue la de llamar la atención sobre el invaluable recurso, histórico y cultural, pero también económico, aspecto que hay que comenzar a rescatar ante los fallidos intentos de sensibilizar al Estado y al sector privado con los argumentos culturales e históricos, de nuestra Ciudad Colonial.
Frente a la debacle económica norteamericana, nuestro modelo mas conspicuo, producto de ese proceso irracional de creación de "riquezas"de papel en base a la especulación ( vale mas un grupo de acciones electrónicas que una fabrica fabrica real), necesitamos pues ofertar una ciudad real e histórica, que constituye un valor tangible, antes que espejismos neoliberales en base a parecernos a NY o Miami o de construir una isla artificial.
OR


La Ciudad Colonial de SD es un recurso invaluable para el país
OMAR RANCIER

Si se quiere un ejemplo de ciudad, en términos de historia, calidad de sus espacios y una razonable oferta de senderos marcados por monumentos y por una arquitectura relevante, puede tomarse como ejemplo a la Ciudad Colonial de Santo Domingo (CCSD). Al mismo tiempo debe señalarse que, tristemente, esta ciudad no ha tenido la suerte que se merece.

La suerte de cualquier ciudad depende de la capacidad de administrar correctamente sus recursos territoriales y urbanos.

La CCSD es un recurso invaluable para el país, por lo que tenemos la responsabilidad de formular instrumentos que permitan su sana gestión, su desarrollo equilibrado, y su interpretación como un activo social y urbano.

En los últimos años se ha evidenciado dentro de la CCSD un proceso de deterioro que pone en peligro la declaratoria de Patrimonio Mundial concedida por la UNESCO en 1991, y que evidencia la necesidad de una estrategia que proponga un relanzamiento integral de la misma. Se han realizado varios planes y propuestas, pero ninguna se ha implementado de una manera efectiva. Este es el propósito del Plan Catedral.

Dentro de esa visión se viene articulando una serie de propuestas que enrumban hacia la estructuración de instrumentos de planificación que permitirían manejar adecuadamente la ciudad histórica y potencializar sus recursos para convertirla, no solo en un destino, sino en una oferta turística de primera calidad.

Entre estas propuestas nos referiremos a dos iniciativas que proporcionarían a las autoridades responsables de la gestión urbana de la CCSD posibilidades de optimizar tanto el conocimiento del sector, en cuanto espacio construido e histórico, como el manejo de su centro urbano.

Primero es el Proyecto para la Elaboración de un Modelo Digital de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, que inicia la Escuela de Arquitectura de la UNPHU con financiamiento del Fondo para la Protección de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, el Grupo Vicini y la ONFED que desarrollará un instrumento imprescindible para un manejo integral de la CCSD al lograr una visión tridimensional de cualquier nueva intervención, permitiendo un mayor control de los proyectos, sobre todo en lo referente a inserción del mismo en el entorno histórico.

Este proyecto, además, incorporará a una base de datos común las informaciones catastrales actualizadas de cada edificación del sector, donde se podrán encontrar datos históricos, precisiones urbanas, arquitectónicas y de propiedad de cada inmueble, con posibilidad de retro-alimentar continuamente la base de datos.

Se prevé la conformación de un taller de cartografía digital que, a través de estaciones remotas, dé servicios a la Oficina Nacional de Patrimonio Monumental y a las demás instituciones que tienen la responsabilidad de ejercer la gestión urbana de la CCSD.

A partir de este proyecto se generará una serie de informaciones de diferentes niveles de profundidad, desde las básicas para el visitante normal, disponible en DVD, hasta la información técnica precisa que necesita el proyectista o el historiador.

El otro proyecto que se lleva a cabo, también con el financiamiento del Fondo para la Protección de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, es el Plan de Actuación para el entorno de la Catedral Metropolitana de Santo Domingo y del Museo la Catedral, en la Ciudad Colonial.

Esta propuesta trata de desarrollar un Plan de Actuación vial y de reconfiguración del espacio urbano del entorno inmediato de la Catedral de Santo Domingo, que permita solucionar los problemas de tránsito y ambientales, entre los cuales podemos señalar el proceso de corrosión de las fachadas de la Catedral y los problemas estructurales que se desprenden de los micro sismos que produce el tránsito indiscriminado en el sitio.

A partir de un diagnóstico urbano que comprende el conteo vehicular de la zona, la demanda y la oferta de estacionamientos y la evaluación del espacio urbano, principalmente las aceras y las fachadas urbanas, este plan propondrá una serie actuaciones basadas en diseños simples y relativamente económicos, acompañado de sugerencias especificas para el desarrollo de parqueos públicos, dentro y en la periferia de la CCSD.

Uno de los aspectos que aborda este Plan de Actuación es el estudio de los recorridos turísticos en el entorno de la Catedral. Estos recorridos se coordinarán con la oferta única del Museo de la Catedral que construye e instala el Arzobispado de Santo Domingo con el consenso del Gobierno Nacional, a través de la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado, en los edificios de la Cárcel Colonial y la casa Herrera-Borgellá, dentro de un Polígono que se ha convertido en el corazón del Centro Histórico.

martes, septiembre 16, 2008

TEXTO Y CONTEXTO

DE LA CONTRA CONSERVACIÓN

Por José Enrique Delmonte Soñé, M. A.




Leyendo este interesante texto de José Enrique, sobre todo sus reflexiones finales, recordé la respuesta de Don Miguel de Unamuno al grito necrófilo de "¡Viva La Muerte!" del fascista y mutilado Milán Astray el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, de la cual era rector el renombrado intelectual:
"Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha."
OR

Hotel Jaragua. Guillermo Gonzalez .1942. Demolido

TEXTO Y CONTEXTO

DE LA CONTRA CONSERVACIÓN

Por José Enrique Delmonte Soñé, M. A.

I

Ámbito


La paradoja del presente es consumir hasta agotar la existencia. No sólo la de lo consumible, sino la propia, la de nuestra preservación. Envueltos en una vorágine de obtención de los productos que desde lo cotidiano nos garanticen la felicidad, transitamos convencidos de que la alegría está a la vuelta de la esquina, en un abrir y cerrar de ojos, dispuestos a lanzar un grito ensordecedor cuando obtenemos lo que deseamos. Carecemos de voluntad para aceptar la trampa hacia la cual nos dirigimos deseosos de que todo este cuento tenga un final feliz, donde cada uno de nosotros muestre su estandarte de triunfo. Cada objeto que obtenemos encierra una contradicción, ya que una vez obtenido carece de sentido y nos enfocamos en otros que nos motivan a su conquista. Así, sin darnos cuenta, la felicidad siempre tiene cara de futuro y la obtendremos en cada jornada en busca del objeto deseado.

En este círculo interminable de la existencia, las cosas pierden su valor y su sentido de permanencia en poco tiempo. Sin darnos cuenta, rechazamos nuestras ganancias en una apuesta por nuevas conquistas que nos garanticen la satisfacción de estar vivos, apoyados por una estructura comercial que arropa los sentidos. Pierde importancia una carta escrita a mano que guardamos en una pequeño cofre, pierde importancia una conversación a media tarde con el único propósito de discutir un poema, pierde importancia un libro cabecera escrito años atrás, los ideales de juventud y la ferocidad de su defensa, el significado de la historia, la huella de los ancestros, los rincones de la ciudad que envuelven la nostalgia, la alcoba que sirvió de estimulo para procrear, el patio de los recuerdos y la llovizna que esperábamos en grupo para sentirla caer sobre nosotros.

Todas estas cosas –sencillas unas, absurdas, quizás, otras- han recibido el empuje de un presente que se torna dinámico en generar aventuras y confuso para comprenderlas. Ese presente que pone precio a todo cuanto nos rodea, desde una palmada en el momento preciso hasta el derecho a formar parte de los espacios de convivencia. Los números rojos no cuentan, ni el cero, sólo las cifras azules obtienen nuestro reconocimiento en cada una de las actividades que día a día desarrollamos. En la noche, en silencio, repasamos estos números para establecer un balance entre lo que invertimos y lo que ganamos, no importa cuánto hayamos sacrificado para obtenerlo.

De los cinco sentidos, la vista es la protagonista del presente. Con ella descubrimos cuán frágiles somos ante las ganancias de los otros, que nos provocan ansiedades cada vez que ellos acumulan logros: bienes materiales, acceso a espacios limitados, capacidad de movilidad, sonrisa permanente. No queremos estar fuera de esta imagen y deseamos formar parte del grupo de los exitosos, los que ayer no éramos nada y hoy somos todo eso, con su estela de brillo, los aplausos y la envidia de los demás.

Por tanto, el pasado huele a estancamiento, a permanencia de lo superable, a la ausencia de un bienestar que se muestra efímero y cambiante. Las ciudades se convierten en anti-ciudades, el espacio público en zona vedada, el hábitat en escenario mutante, la propiedad en estandarte. Más y más edificios significa, por tanto, más y más progreso, más y más patrones exclusivistas en modelos de triunfo, más y más superposiciones de lugares que ayer tuvieron sentido en más y más complejidades y vacíos.

A pesar de la conciencia de pertenencia que necesitamos hoy para sabernos parte de algún lugar, conservar las cosas carece de sentido para muchos de nosotros. Conservar es, según este punto de vista, acumular un pasado que limita el derecho a disfrutar de mejores productos del bienestar contemporáneo, un obstáculo para alcanzar la identidad de hombre pleno del tercer milenio, ese individuo acorde con la globalización capaz de reflejar triunfos sin permanencia ni sustento.

Dos vistas de la escalera de la Casa Molinari (Villa Mango) de Auñón y Ortiz.1941. Demolida

II

El texto

Todos los que participamos en este encuentro hablamos el mismo idioma. Todos estamos de acuerdo en la importancia de nuestras acciones y la trascendencia del acto de conservar. Cada uno de nosotros esperamos escuchar reafirmaciones a nuestras convicciones, nuevas estrategias para resolver el problema que conocemos, técnicas y alternativas para hacer nuestra labor con mejores resultados. Todos esperamos apoyo y discursos coherentes para enfrentar las múltiples dificultades que limitan nuestro trabajo y nos lanzamos a firmar manifiestos y documentos con la esperanza de introducirnos en la psiquis de la mayoría para que despierten a favor de nuestra causa. Es nuestro texto.

Sin embargo, ese no es el texto de los otros, los que están enfrente al acecho de oportunidades para generar riquezas. Ese no es el texto de la sociedad activa que se autodefine como hacedores de porvenir. Para ellos, el texto es otro y comienza más o menos así:

Las ciudades son territorios mutantes que deben permitir su transformación acelerada para las exigencias del mundo actual. Las ciudades carecen de sentido si no generan riquezas, si no garantizan los cambios ni provocan beneficios económicos a los actores y responsables de estos cambios. Una ciudad estática está condenada a su degeneración, a su arrabalización y a su pérdida de importancia para la inversión. Los estados deben permitir el libre intercambio económico en las ciudades sin obstaculizar la tendencia natural que define el significado de sus espacios, dejar que la inversión se realice en los sectores que el mercado determine, motivar su desarrollo a partir de los parámetros que los inversionistas establezcan y propiciar leyes de incentivo para que el capital fluya con libertad en el territorio urbano. Porque el mercado y no el individuo ni su colectividad, son los propietarios del derecho a crear las nuevas reglas y la valoración de los componentes que forman parte de la ciudad.

Todo inmueble tiene un valor de mercado y a partir de ahí se rige la transformación de los elementos de la ciudad, el derribamiento de sus entornos tradicionales, la desvalorización del territorio, la pérdida de significado de algunos sectores o la transformación de sus enclaves más consolidados. Una nueva escala arremete en las ciudades, porque a mayor inversión mayor será la utilidad y mantener una estructura de poca escala significa un crimen para la dinámica económica que determina el mercado. Ha perdido importancia el equilibrio entre espacios vacíos y los construidos, ya que un metro sin utilidad es una daga sobre las finanzas de los inversionistas. La intervención, por tanto, debe partir de un adecuado aprovechamiento del espacio disponible a través de ciertas fórmulas de gabinete que enaltecen la densidad por encima de cualquier consideración existencial.

En tal sentido, los inmuebles se convierten en víctimas del mercado que solo valoran la oportunidad de explotación del terreno donde se encuentran debido a la incidencia de la densidad en los cálculos financieros de los nuevos conquistadores. El ente arquitectónico unifamiliar es la meta de estos adalides que navegan en el territorio urbano en busca de vellocinos de oro que engrandezcan sus arcas en un tiempo breve. Día a día, en un abrir y cerrar de ojos, el capital cercena los entornos consolidados bajo parámetros ya superados para convertirlos en una especie de jauría a ver quién ladra más los éxitos de su inversión.

Cualquier esfuerzo por establecer un diálogo entre nuestro texto y el de los defensores de las leyes del mercado resultará infructuoso. No es posible convencerlos de que pudieran existir otras vías para la inversión sin mutilar y destruir lo que para nosotros es un valor. Nosotros hablamos en un idioma, ellos en otro; nosotros apelamos a la nostalgia y la estética, ellos abogan por el progreso; nosotros satanizamos sus acciones, ellos desdeñan nuestra visión obsoleta y difusa; nosotros nos desgarramos las vestiduras cada vez que cae un inmueble histórico, ellos abren su champán para celebrar sus ganancias. De alguna forma, los representantes del mercado usan sus lanzas y escudos para conquistar el territorio, nosotros, en cambio, apelamos al sentimiento y a la denuncia que cae en el vacío.

Casa Faber . Auñón y Ortiz. circa 1940. Demolida

III

El contexto


Ayer cayó la Molinari

y murió una paloma en vuelo

Ayer borraron la Freites

y vi una estrella fugaz

Ayer transmutó el Jaragua

y una ola se detuvo en mis manos

Ayer olvidé la Faber

y una migaja me tocó la frente.

El perfil de la ciudad ya es otro. Cuando la divisamos desde arriba nos sugiere una masa deforme llena de concreto y admiramos su escala; al mirarla desde el mar sobresalen sus edificios elevados, su carrera acelerada para despegar del suelo; al verla desde abajo nos recuerda un monstruo, una tierra sin orden con túmulos decorados sin pudor. Donde hubo patio ahora hay techos, y donde hubo vida, ahora hay energía.

Es imposible imaginarla como la querríamos, pues una mirada hoy es un segundo de su futuro. Sin saberlo, en cada pedazo de concreto que ha surgido en la nueva ciudad ha estado la mano de un arquitecto, los que nos hace responsables de lo que con vigor también denunciamos.

Hace un buen tiempo que la ciudad ha sido estudiada con otros ojos. Ya los inversionistas del capital extranjero y el local, muchos ellos con recursos provenientes de actividades oscuras, han descubierto su potencial para transformarla. Primero el Centro Histórico y luego la zona colindante, hasta acercarse a enclaves en la ciudad moderna que habían definido sus características desde hace varias décadas. A falta de plan de manejo territorial y ante la permisividad con que los gobiernos municipales actúan, la ciudad está en manos del poder económico al servicio de la industria desarrollo inmobiliario. Nuestro árbitro, el llamado a defender los valores de la colectividad y el derecho a residir en una ciudad con coherencia y equilibrio espacial y ambiental, sucumbe ante la presión de los inversionistas del progreso y los beneficios que corren. Todo el territorio urbano es vulnerable a su mutación, donde las acciones temerarias y abusivas ya no se esconden en detrás de las puertas sino que dan la cara sin vergüenza. Sin estar preparada para la gestación de un megápolis, nos encaminamos a un escenario urbano con complejidades en su funcionamiento, en su capacidad de esparcimiento, en su disponibilidad de desechos, en el abastecimiento de servicios, en la seguridad de sus habitantes o en la incapacidad de pertenencia.

La ciudad podría ser, en breve, la muestra de un proceso exitoso liderado por el mercado donde sus habitantes podrán evocar, con nostalgia, un retroceso en el tiempo en busca de la felicidad ya ida.

IV

El hipertexto

Es necesario reescribir el discurso. Con evidencias, uno a uno, sabemos que crece la cantidad de sordos ante nuestras razones y nuestras voces retumban en un eco que sólo podemos escuchar nosotros mismos. Es importante que hablemos en otros términos y presentemos alternativas, medibles en términos de inversión, donde los beneficios sean tangibles en compañía de lo intangible. No es tiempo de conservar nuestro discurso sin enfrentar el de ellos, pues corremos el riesgo de quedar obsoletos e ilegibles por la sociedad.

Basta ya de que conversemos en nuestros aposentos para congraciar nuestra razón. No es cierto que el mercado nos debe regir cuando de nuestros valores se trata, nos es cierto que el superhéroe debe mostrarse arrogante ante el conocimiento, nos cierto que su voz desdobla las conciencias con más fuerza que la nuestra. Porque esos dogmas del mercado ya son efímeros y nuestro patrimonio ha estado en pie, contra viento y marea, ante tiempos aun más feroces. Porque la globalización no es solo para ellos sino una oportunidad también para nosotros y porque nuestras ciudades son nuestras, parte de nosotros y conservada por nosotros. Porque no importa que sean miles si nos acompaña la razón y no importa que tengan el poder si no tienen la palabra. Porque una palabra ha destruido siempre los imperios y un esfuerzo de pocos conduce la historia hacia giros inesperados. Porque para la dicha de todos y el perjuicio de ellos, estamos nosotros, alertas y vigilantes, a la espera de sus pies para abriles sus talones a su paso…