martes, septiembre 16, 2008

TEXTO Y CONTEXTO

DE LA CONTRA CONSERVACIÓN

Por José Enrique Delmonte Soñé, M. A.




Leyendo este interesante texto de José Enrique, sobre todo sus reflexiones finales, recordé la respuesta de Don Miguel de Unamuno al grito necrófilo de "¡Viva La Muerte!" del fascista y mutilado Milán Astray el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, de la cual era rector el renombrado intelectual:
"Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha."
OR

Hotel Jaragua. Guillermo Gonzalez .1942. Demolido

TEXTO Y CONTEXTO

DE LA CONTRA CONSERVACIÓN

Por José Enrique Delmonte Soñé, M. A.

I

Ámbito


La paradoja del presente es consumir hasta agotar la existencia. No sólo la de lo consumible, sino la propia, la de nuestra preservación. Envueltos en una vorágine de obtención de los productos que desde lo cotidiano nos garanticen la felicidad, transitamos convencidos de que la alegría está a la vuelta de la esquina, en un abrir y cerrar de ojos, dispuestos a lanzar un grito ensordecedor cuando obtenemos lo que deseamos. Carecemos de voluntad para aceptar la trampa hacia la cual nos dirigimos deseosos de que todo este cuento tenga un final feliz, donde cada uno de nosotros muestre su estandarte de triunfo. Cada objeto que obtenemos encierra una contradicción, ya que una vez obtenido carece de sentido y nos enfocamos en otros que nos motivan a su conquista. Así, sin darnos cuenta, la felicidad siempre tiene cara de futuro y la obtendremos en cada jornada en busca del objeto deseado.

En este círculo interminable de la existencia, las cosas pierden su valor y su sentido de permanencia en poco tiempo. Sin darnos cuenta, rechazamos nuestras ganancias en una apuesta por nuevas conquistas que nos garanticen la satisfacción de estar vivos, apoyados por una estructura comercial que arropa los sentidos. Pierde importancia una carta escrita a mano que guardamos en una pequeño cofre, pierde importancia una conversación a media tarde con el único propósito de discutir un poema, pierde importancia un libro cabecera escrito años atrás, los ideales de juventud y la ferocidad de su defensa, el significado de la historia, la huella de los ancestros, los rincones de la ciudad que envuelven la nostalgia, la alcoba que sirvió de estimulo para procrear, el patio de los recuerdos y la llovizna que esperábamos en grupo para sentirla caer sobre nosotros.

Todas estas cosas –sencillas unas, absurdas, quizás, otras- han recibido el empuje de un presente que se torna dinámico en generar aventuras y confuso para comprenderlas. Ese presente que pone precio a todo cuanto nos rodea, desde una palmada en el momento preciso hasta el derecho a formar parte de los espacios de convivencia. Los números rojos no cuentan, ni el cero, sólo las cifras azules obtienen nuestro reconocimiento en cada una de las actividades que día a día desarrollamos. En la noche, en silencio, repasamos estos números para establecer un balance entre lo que invertimos y lo que ganamos, no importa cuánto hayamos sacrificado para obtenerlo.

De los cinco sentidos, la vista es la protagonista del presente. Con ella descubrimos cuán frágiles somos ante las ganancias de los otros, que nos provocan ansiedades cada vez que ellos acumulan logros: bienes materiales, acceso a espacios limitados, capacidad de movilidad, sonrisa permanente. No queremos estar fuera de esta imagen y deseamos formar parte del grupo de los exitosos, los que ayer no éramos nada y hoy somos todo eso, con su estela de brillo, los aplausos y la envidia de los demás.

Por tanto, el pasado huele a estancamiento, a permanencia de lo superable, a la ausencia de un bienestar que se muestra efímero y cambiante. Las ciudades se convierten en anti-ciudades, el espacio público en zona vedada, el hábitat en escenario mutante, la propiedad en estandarte. Más y más edificios significa, por tanto, más y más progreso, más y más patrones exclusivistas en modelos de triunfo, más y más superposiciones de lugares que ayer tuvieron sentido en más y más complejidades y vacíos.

A pesar de la conciencia de pertenencia que necesitamos hoy para sabernos parte de algún lugar, conservar las cosas carece de sentido para muchos de nosotros. Conservar es, según este punto de vista, acumular un pasado que limita el derecho a disfrutar de mejores productos del bienestar contemporáneo, un obstáculo para alcanzar la identidad de hombre pleno del tercer milenio, ese individuo acorde con la globalización capaz de reflejar triunfos sin permanencia ni sustento.

Dos vistas de la escalera de la Casa Molinari (Villa Mango) de Auñón y Ortiz.1941. Demolida

II

El texto

Todos los que participamos en este encuentro hablamos el mismo idioma. Todos estamos de acuerdo en la importancia de nuestras acciones y la trascendencia del acto de conservar. Cada uno de nosotros esperamos escuchar reafirmaciones a nuestras convicciones, nuevas estrategias para resolver el problema que conocemos, técnicas y alternativas para hacer nuestra labor con mejores resultados. Todos esperamos apoyo y discursos coherentes para enfrentar las múltiples dificultades que limitan nuestro trabajo y nos lanzamos a firmar manifiestos y documentos con la esperanza de introducirnos en la psiquis de la mayoría para que despierten a favor de nuestra causa. Es nuestro texto.

Sin embargo, ese no es el texto de los otros, los que están enfrente al acecho de oportunidades para generar riquezas. Ese no es el texto de la sociedad activa que se autodefine como hacedores de porvenir. Para ellos, el texto es otro y comienza más o menos así:

Las ciudades son territorios mutantes que deben permitir su transformación acelerada para las exigencias del mundo actual. Las ciudades carecen de sentido si no generan riquezas, si no garantizan los cambios ni provocan beneficios económicos a los actores y responsables de estos cambios. Una ciudad estática está condenada a su degeneración, a su arrabalización y a su pérdida de importancia para la inversión. Los estados deben permitir el libre intercambio económico en las ciudades sin obstaculizar la tendencia natural que define el significado de sus espacios, dejar que la inversión se realice en los sectores que el mercado determine, motivar su desarrollo a partir de los parámetros que los inversionistas establezcan y propiciar leyes de incentivo para que el capital fluya con libertad en el territorio urbano. Porque el mercado y no el individuo ni su colectividad, son los propietarios del derecho a crear las nuevas reglas y la valoración de los componentes que forman parte de la ciudad.

Todo inmueble tiene un valor de mercado y a partir de ahí se rige la transformación de los elementos de la ciudad, el derribamiento de sus entornos tradicionales, la desvalorización del territorio, la pérdida de significado de algunos sectores o la transformación de sus enclaves más consolidados. Una nueva escala arremete en las ciudades, porque a mayor inversión mayor será la utilidad y mantener una estructura de poca escala significa un crimen para la dinámica económica que determina el mercado. Ha perdido importancia el equilibrio entre espacios vacíos y los construidos, ya que un metro sin utilidad es una daga sobre las finanzas de los inversionistas. La intervención, por tanto, debe partir de un adecuado aprovechamiento del espacio disponible a través de ciertas fórmulas de gabinete que enaltecen la densidad por encima de cualquier consideración existencial.

En tal sentido, los inmuebles se convierten en víctimas del mercado que solo valoran la oportunidad de explotación del terreno donde se encuentran debido a la incidencia de la densidad en los cálculos financieros de los nuevos conquistadores. El ente arquitectónico unifamiliar es la meta de estos adalides que navegan en el territorio urbano en busca de vellocinos de oro que engrandezcan sus arcas en un tiempo breve. Día a día, en un abrir y cerrar de ojos, el capital cercena los entornos consolidados bajo parámetros ya superados para convertirlos en una especie de jauría a ver quién ladra más los éxitos de su inversión.

Cualquier esfuerzo por establecer un diálogo entre nuestro texto y el de los defensores de las leyes del mercado resultará infructuoso. No es posible convencerlos de que pudieran existir otras vías para la inversión sin mutilar y destruir lo que para nosotros es un valor. Nosotros hablamos en un idioma, ellos en otro; nosotros apelamos a la nostalgia y la estética, ellos abogan por el progreso; nosotros satanizamos sus acciones, ellos desdeñan nuestra visión obsoleta y difusa; nosotros nos desgarramos las vestiduras cada vez que cae un inmueble histórico, ellos abren su champán para celebrar sus ganancias. De alguna forma, los representantes del mercado usan sus lanzas y escudos para conquistar el territorio, nosotros, en cambio, apelamos al sentimiento y a la denuncia que cae en el vacío.

Casa Faber . Auñón y Ortiz. circa 1940. Demolida

III

El contexto


Ayer cayó la Molinari

y murió una paloma en vuelo

Ayer borraron la Freites

y vi una estrella fugaz

Ayer transmutó el Jaragua

y una ola se detuvo en mis manos

Ayer olvidé la Faber

y una migaja me tocó la frente.

El perfil de la ciudad ya es otro. Cuando la divisamos desde arriba nos sugiere una masa deforme llena de concreto y admiramos su escala; al mirarla desde el mar sobresalen sus edificios elevados, su carrera acelerada para despegar del suelo; al verla desde abajo nos recuerda un monstruo, una tierra sin orden con túmulos decorados sin pudor. Donde hubo patio ahora hay techos, y donde hubo vida, ahora hay energía.

Es imposible imaginarla como la querríamos, pues una mirada hoy es un segundo de su futuro. Sin saberlo, en cada pedazo de concreto que ha surgido en la nueva ciudad ha estado la mano de un arquitecto, los que nos hace responsables de lo que con vigor también denunciamos.

Hace un buen tiempo que la ciudad ha sido estudiada con otros ojos. Ya los inversionistas del capital extranjero y el local, muchos ellos con recursos provenientes de actividades oscuras, han descubierto su potencial para transformarla. Primero el Centro Histórico y luego la zona colindante, hasta acercarse a enclaves en la ciudad moderna que habían definido sus características desde hace varias décadas. A falta de plan de manejo territorial y ante la permisividad con que los gobiernos municipales actúan, la ciudad está en manos del poder económico al servicio de la industria desarrollo inmobiliario. Nuestro árbitro, el llamado a defender los valores de la colectividad y el derecho a residir en una ciudad con coherencia y equilibrio espacial y ambiental, sucumbe ante la presión de los inversionistas del progreso y los beneficios que corren. Todo el territorio urbano es vulnerable a su mutación, donde las acciones temerarias y abusivas ya no se esconden en detrás de las puertas sino que dan la cara sin vergüenza. Sin estar preparada para la gestación de un megápolis, nos encaminamos a un escenario urbano con complejidades en su funcionamiento, en su capacidad de esparcimiento, en su disponibilidad de desechos, en el abastecimiento de servicios, en la seguridad de sus habitantes o en la incapacidad de pertenencia.

La ciudad podría ser, en breve, la muestra de un proceso exitoso liderado por el mercado donde sus habitantes podrán evocar, con nostalgia, un retroceso en el tiempo en busca de la felicidad ya ida.

IV

El hipertexto

Es necesario reescribir el discurso. Con evidencias, uno a uno, sabemos que crece la cantidad de sordos ante nuestras razones y nuestras voces retumban en un eco que sólo podemos escuchar nosotros mismos. Es importante que hablemos en otros términos y presentemos alternativas, medibles en términos de inversión, donde los beneficios sean tangibles en compañía de lo intangible. No es tiempo de conservar nuestro discurso sin enfrentar el de ellos, pues corremos el riesgo de quedar obsoletos e ilegibles por la sociedad.

Basta ya de que conversemos en nuestros aposentos para congraciar nuestra razón. No es cierto que el mercado nos debe regir cuando de nuestros valores se trata, nos es cierto que el superhéroe debe mostrarse arrogante ante el conocimiento, nos cierto que su voz desdobla las conciencias con más fuerza que la nuestra. Porque esos dogmas del mercado ya son efímeros y nuestro patrimonio ha estado en pie, contra viento y marea, ante tiempos aun más feroces. Porque la globalización no es solo para ellos sino una oportunidad también para nosotros y porque nuestras ciudades son nuestras, parte de nosotros y conservada por nosotros. Porque no importa que sean miles si nos acompaña la razón y no importa que tengan el poder si no tienen la palabra. Porque una palabra ha destruido siempre los imperios y un esfuerzo de pocos conduce la historia hacia giros inesperados. Porque para la dicha de todos y el perjuicio de ellos, estamos nosotros, alertas y vigilantes, a la espera de sus pies para abriles sus talones a su paso…

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