lunes, marzo 30, 2020

Lo que más me aterra… Reflexiones desde la epidemia.

Lo que más me aterra…
Reflexiones desde la epidemia.
Omar Rancier

El Conde en los tiempos del coronavirus. Foto OR, con mi iphone.
Viernes 27 de marzo 2020. 


Cada mañana, desde que se declaró la cuarentena por la epidemia, me paro en mi balcón, veo el cielo azul y brillante, siento la brisa fresca. Oigo y veo gorriones y palomas revolotear entre las ramas de la trinitaria que trepa por los balcones del edificio. Veo la calle, desierta y sin vehículos,  todo esto me parece un día festivo cualquiera. ¡todo tan normal!
He pasado por otras situaciones de emergencia en la que se decretaron quedas y, mas que cuarentenas, acuartelamientos voluntarios. Desde los del ajusticiamiento de Trujillo en el 1961, cuando el silencio se hizo físico sobre una ciudad desconcertada, asediada en su momento por los “paleros de Balá”. Durante el golpe de estado a Bosch en septiembre de 1963 , con la irrupción en el escenario nacional de los “cascos blancos” y la ofrenda de Manolo y los muchachos del 14 de junio, herederos de la Raza inmortal del 59, que demostraron con creces que bien sabían donde estaban “las escarpadas montañas de Quisqueya”.
Luego vino la guerra de abril del 65, con aviones y barcos disparando al Palacio Nacional, un pueblo en armas reclamando la Constitución del 63, los muertos en las aceras, la fatídica invasión de los “cuarenta y cinco mil hijos de perra” del Versainograma a Santo Domingo de Neruda y el coronel heroico asumiendo el rol que los políticos no asumieron solo para caer asesinado posteriormente, de nuevo, en las montañas de Quisqueya.
En 1979, con apenas un año del mejor de los gobiernos que hemos tenido en nuestra joven vida democrática, nos azotan el huracán David y la tormenta Federico, que destruyen buena parte de la infraestructura del país, principalmente de la ciudad de Santo Domingo, causando muerte y desolación a su paso y dejándonos sin suministro de agua y sin energía eléctrica varias semanas.
En 1984,de nuevo en abril, durante el gobierno de Jorge Blanco, tuvimos la poblada posterior a Semana Santa. Ese día recuerdo haber salido con Emilio Brea muy temprano hacia San Pedro de Macorís, donde impartíamos docencia. Era día de pago y la idea era ir a cobrar. Saliendo de la ciudad, en mi pequeño Mazda 323, cruzando el puente de la bicicleta, notamos una serie de columnas de humo que subían a lo lejos pero no le dimos importancia. En San Pedro, en el restaurante donde almorzábamos, se nos acercó un mozo y nos dijo “ Ustedes son de la capital, ¿verdad? ¿Y no saben lo que está pasando?” así nos enteramos de la poblada y los muertos. Apenas pudimos cruzar el puente de regreso.
En el 1998 fue el huracán George quien golpea la capital, aunque no con tanta fuerza como en1979. La ciudad quedó en silencio y solo se oía, en los barrios marginales, el continuo martilleo que testimoniaba la reconstrucción de las casuchas devastadas, un increíble ejercicio de resiliencia urbana que tuve la oportunidad de vivir acompañado por Pablo Morel, Geo Ripley, Luis Guzmán y Oscar Barahona, cuando trabajábamos el proyecto RESURE.
En todas esas situaciones la ciudad estaba físicamente afectada, destruida, desordenada. El peligro era evidente: tiroteos, ventarrones y patrullas disparando. Se veían los arboles y postes tirados en medio de las calles. Oíamos los tiros y nos enterábamos del amigo muerto por los disparos de los yanquis
En esta ocasión, nada parece afectado y todo parece normal. 
Como dice la canción de los Beatles Dear Prudence (https://www.youtube.com/watch?v=wQA59IkCF5I):
The sun is up, the sky is blue
It’s beautiful and so are you
Como decía al principio:
Cada mañana, desde que se declarara cuarentena por la epidemia, me paro en mi balcón, veo el cielo azul y brillante, siento la brisa fresca. Oigo y veo gorriones y palomas revolotear entre las ramas de la trinitaria que trepa por los balcones del edificio. Veo la calle, desierta y sin vehículos,  todo esto me parece un día festivo cualquiera. ¡todo tan normal!
Sólo nos queda el silencio.
¡Y eso es lo que más me aterra!





jueves, marzo 26, 2020

Desconectarnos para conectarnos…

Desconectarnos para conectarnos…
Reflexiones desde la epidemia.
Omar Rancier

Serigrafia "Terremoto en mi corazón" del artista haitiano Oliver Bertoni. 2010. De
alguna manera la obra describe muy bien los tiempos presentes.


Hace unos años circuló en internet un video muy bien hecho que abordaba el tema de la híper conectividad que nos abruma. Es de una compañía de comunicaciones del sureste de Asia y su titulo es: Desconectarse para conectarse…(https://www.youtube.com/watch?v=EWd3XCRu50k ). Y me parece muy oportuno en esta situación que afecta al mundo entero, ponerle atención a esta idea de lo que podría llamarse “desconexión creativa”..

Hoy en día estamos participando de una era de híper comunicación. Participamos en numerosos grupos de chat, profesionales, familiares, académicos, de amigos que constantemente nos bombardean con informaciones , notas y videos. Con la irrupción a nivel mundial del virus que no mantiene encerrados y aterrorizados la cantidad de mensajes han tomado una escala descomunal, además de que son repetidos ad absurdum y sin ninguna confirmación de veracidad. Y como bien plantea Cesar Pérez en su articulo, “Miedos y mitos en los tiempos de pandemia” (https://acento.com.do/2020/opinion/8797707-miedos-y-mitos-en-los-tiempos-de-pandemias/ ), en esta situación aparecen una cantidad de personajes que encuentran en estos grupos un auditorio cautivo donde desplegar su infinita sapiencia, salpicada de citas de Marx, Gramsci, Harari y otros conspicuos pensadores.

Cantidad de videos son enviados y reenviados, cargando las redes que están trabajando al limite, a pesar de que las empresas de comunicación han exhortado a que se limite estos envíos; yo mismo me descubro a cada rato reenviando un video.

La avalancha de mensajes, fake news, ideas -buenas y malas- se mezclan con discusiones bizantinas que reviven las discusiones medievales entre los antiguos y los modernos, que al final lo que hacen es desviarnos del objetivo principal de los medios en tiempos de crisis: dar información confiable y proponer y discutir soluciones viables. Si dejo sin revisar el WhatsApp por una hora, me encuentro con cientos de mensajes nuevos, entre los cuales hay que discernir cuales abrir. Para mi, quizás porque no soy fanático de las redes y aunque soy capaz de leer un libro en pantalla, prefiero el papel, las llamadas redes sociales me abruman, sobre todo cuando constato que la mayoría de los mensajes son banales y repetidos.

Debemos controlar esa compulsión de compartir todo lo que nos llega y concentrarnos en compartir propuesta viables, crear plataformas y chats propositivos y evitar querer dar cátedra sobre nuestros dogmas. Ir descartando esa actitud de que lo único valido es lo que YO propongo y que a cada solución le opongamos cuatro problemas.

De repente han aparecido un grupo que, con sobradas razones, pero sin entender la gravedad de la situación, levantan una serie de normas y leyes - que en su momento criticaron- para detener cualquier iniciativa. Activistas del momento que en personalísimas propuestas observan que todo debe ser consensuado por unas inexistentes “comunidades”.
) dijo en una ocasión que uno de los problemas del internet  y las redes era que le daba “derecho de hablar a legiones de idiotas”. Debemos dejar de comportarnos como tales y rescatar el valor social de convocatoria y de información que tienen las redes.

Creo que debemos hacer un alto, detenernos un momento, para pensar seriamente sobre lo que está ocurriendo y cuales son las medidas que debemos tomar. Detenernos para que manejemos responsablemente la información y los mensajes que compartimos.