Los contertulios dePP: Elizardo Ruiz, Jennet Tineo, Denisse Español, Omar Rancier, Martha de Rancier, José Enrique Delmonte, Ramón Mendez y Sonya Pérez. |
La primera semana de febrero recibí una llamada de José Enrique Delmonte para invitarme a participar en un coloquio sobre su obra poética. Le dije que sí y me vino a la mente los versos de Adriano que encabezan este blog: Animula, vagula, bandula... no se por qué, pero me pareció sugerente. JED me dijo participarían tambien las arquitectas Denisse Español y Jennet Tineo; los arquitectos iban a hablar de poesía y eso, aunque no era nuevo, resultaba novedoso. Participaría tambien el poeta puertoplateño Omar Messón y el coloquio se realizaría en el acogedor local de la Sociedad Cultural Renovación que tan certeramente dirige Doña Lillian Russo. PeNéLopE recoge en esta ocasión lo que nos atrevimos a decir los arquitectos in extenso. Omar Messón hizo una introducción sobre el contexto de la poesía en el Caribe y Puerto Plata que dio paso nuestras intervenciones. José Enrique agradeció los texto y como no recuerdo exactamente lo que dijo esa noche, me atrevo a citar una nota que puso en su FB:
“Algunos amigos de Santo Domingo se unieron con grandes amigos de Puerto Plata este viernes 13 de febrero de 2015 para disfrutar de una de las noches más significativas de mi vida. Tres poetas (sic) hablaron de mi humilde obra poética en Renovación. Denisse Español, Jennet Tineo y Omar Rancier, junto al artista plástico Orlando Menicucci. Algo sencillamente épico."
Al finalizar cruzamos a la bella casa victoriana que aloja la Sala de Arte Camilo Carrau, donde Orlando Menicucci realizó un bello performance.
Espero disfruten estos textos dedicados a JED.
El poeta Omar Messón |
Omar Messón Denisse Español, Da. Lillian Russo, José Enrique Delmonte y Jennet Tineo |
Lluvia sobre el Malecónde Puerto Plata. Foto de Martha de Rancier. |
Sala de Arte Camilo Carrau. |
Arquitectura y Poesía en el Caribe: coloquio sobre la poética de José Enrique Delmonte.
Denisse Español |
La espacialidad de la palabra. El puente entre la poesía y la arquitectura de lo imaginario. Un paseo por el mundo poético de Jose Enrique Delmonte.
Por Denisse Español
Bien podría decir que cada palabra es una casa. Inmediatamente abres sus puertas entras en un mundo amplio y largo donde esta se explaya y se pasea por espacios multicolores, reflejos de ella misma.
Siempre he pensado que la palabra es el elemento más fuerte que posee el ser humano y es quien cose el arte al hombre ya sea en forma de pensamiento, un decir, o un suspiro, quien insonoro se emite y convirtiéndose en palabra se concretiza permitiéndose ser contado.
Vicente Huidobro dijo, “En todas las cosas hay una palabra interna, una palabra latente y que está debajo de la palabra que las designa. Esa es la palabra que debe descubrir el poeta.” Este concepto que sembró una chispa curiosa en mí, iniciadora de la búsqueda del espacio que crea el lenguaje, haciéndolo hoy a partir del análisis de la poética de Jose enrique Delmonte Soñé.
Esta búsqueda, la cual uso de abrigo para merodear por este camino profundo de la poética del autor, se ha clavado en mí, tal vez por ser también arquitecta. Esta profesión que hemos elegido para vivir marca no solo tú manera de ser, sino también de pensar, de cómo reaccionar ante las cosas, de cómo vivir y por ende, marca de igual forma, la manera en que te expresas bellamente. Nuestra hermosa profesión nos afecta igualmente en la capacidad de ser contenido espacialmente, incluso por las palabras, aun mas cuando las mismas se convierten en valles, explanadas, hogar. Es tan fuerte esta manía del manejo del espacio, que somos capaces de comprender a las personas como lugares preciados, al ser amado como “el mejor lugar del mundo”.
Definitivamente, en mi esencia, creo firmemente que entre la literatura y la arquitectura siempre ha existido un lazo invisible que las ata, tal vez porque en mí, al igual que en Jose Enrique, Jennet y Omar, habita un lugar donde ambas viven en plena comunión. Pero también, es a través de la palabra que damos forma a las cosas en nuestro mundo imaginario, que generamos su concepto de existencia. Como dijera Angel Gonzales en uno de sus profundos poemas: ¿Qué sería tu nombre sin ti? / Igual que la palabra rosa sin la rosa: / un ruido incomprensible, torpe, hueco. Otorgándole así a la palabra el bastón de su objeto, imposibles pues, de ser separados.
Mediante el análisis de la obra del autor desde esta, mi perspectiva, he podido advertir el nacimiento de una espacialidad sonora y contundente, tejida con palabras y versos. Los ambientes creados, se encuentran ejemplificados en diversas ocasiones, presentados de una u otra manera, modificando la esencia de la palabra en su función básica y ampliándola hacia su significado oculto y latente. Bien podríamos decir que la obra de Jose Enrique revela infinitos aposentos a ser visitados, innumerables rincones y perspectivas para admirarle. He tratado de crear una clasificación para estos diversos mundos, agrupando su esencia en conceptos que a continuación presentaremos.
El espacio creado a través de las acciones.
Para que exista la acción, debe existir un escenario.
Cito a Orlando Fals Bordas en su libro Acción y Territorio: La acción, el hecho, instaura instantáneamente una identidad territorial, el apropiamiento del espacio a través de la acción ha creado por siglos el sentimiento de posesión de un entorno, la propiedad colectiva de la tierra.
Así como los padres de la patria accionaron una vez para hacerse responsables de un espacio territorial y regalarnos una nación, cada acción proclama la apropiación de un entorno que permanece indiscutible en la memoria.
Los infinitos escenarios de actuación, la ciudad, el campo, la casa, el espacio habitado en la memoria, son creados directa o indirectamente por la acción ejercida, por el verbo conjugándose en algún lugar. En las técnicas narrativas el ambiente físico es el espacio real, donde los personajes interactúan. A veces este espacio queda omitido en palabras pero latente y contundente sosteniendo una desarrollo real, de movimientos estridentes y fuertes.
Un ejemplo de este tipo de espacialidad lo hemos identificado en el poema Giramos, primer poema de Once palabras que mueven tu mundo, donde el autor dice:
“A pesar de la distancia, / adelantamos pasos / y volvemos al punto de inicio/ donde aprendimos a girar la rueda del ya no vuelve.”
Cuando adelantamos pasos, generamos un acto que evoca un recorrido, un camino se forma instantáneo en la mente. Estos versos sugieren de igual forma una distancia específica, larga y posiblemente triste, ya que se muestra justificada “a pesar de la distancia”. La permanencia del acto que genera la incesante repetición, es la testarudez del hecho que hace surgir el camino infinito, sin finales reconocidos.
Al tropezar con los últimos versos que dicen “persistimos un día en aprender / a quedarnos.”
Surge en mi mente una pregunta ¿A quedarnos dónde? dónde existe ese lugar que crea el autor tejido de palabras. Es acaso un espacio imaginario, su alma o el lugar que crean dos personas cuando están unidas. El hogar que se genera y se desarrolla en la rueda, que se repite y no avanza, girando incesante. La decisión de permanecer sugiere un lugar, aunque ese lugar sea tal vez un estado de ánimo, la paz o la guerra interna generada al mismo tiempo en los momentos que sentimos cuando nos percibimos estancados.
O como en el poema Suficientes vértices
“Transito / entre vueltas y vueltas / como quien no sabe hacia dónde / mientras recuerdo las hojas / que crujen cuando vuelvo y paso / cuando me grito es lo mismo“ En este poema, a través de la idea completa y siendo sublimizada en estos específicos versos, el autor convierte el cuerpo de la amada en un lugar, donde recrea un recorrido circular que emana recuerdos mediante los pasos sonoros que ha repetido, que son viejos (hojas secas) que resurgen ante la fuerza de un grito desesperado. Ese espacio conocido, suficientes vértices que enmarcan un recuerdo, es también infinitamente misterioso. Se convierte en el lugar donde ejerce sus dudas, donde finalmente no puede decidir de qué forma, qué manera ocuparlo.
En el libro Alquimias de la ciudad perdida, el espacio, a través de muchos de los relatos poéticos un mundo surreal y millonario, surge usualmente de forma conocida, siendo creado al nombrar artefactos que lo delimitan u objetos que ya existen en la ciudad y se divisan a través de un recorrido. Pero también, a través del mundo imaginario y parido en imágenes del autor, encontramos en ciertas ocasiones, ese lugar sugerido por la acción, ejemplificado de forma magnifica en el relato poético de nombre EL ÁGAPE. “como buenos corderitos se fueron colocando en fila india, los hombre por un lado, las mujeres por el otro, niños y señoras en el frente y condenados y piadosos al final” En este limitado párrafo se asoma un amplio lugar, una plaza o un callejón de la ciudad perdida. Se su grandeza se descubre mediante la idea del número de personas congregadas, organizándose para recibir el regalo del zumo, que en su realidad dudosa representa tal vez otra acepción. También en el mismo relato, al nombrar a varios personajes, surge de repente la idea del barrio como un contenedor repleto de conocidos, donde cada quien tiene y cumple con su rol. La espacialidad se muestra en su sentido comunitario. “Y hubo que llamar a Marta Santos, la comadre de Mileca, la señora de los ritos y las citas exitosas… y hubo que llamar a sor celeste que traía entre las manos un frasquito de mentol. “
El espacio que se crea en la memoria
Otra vertiente de la espacialidad, muy propia de la literatura, sobre todo de la narrativa, y que también tiene que ver en ciertas ocasiones con la acción, es el lugar que se crea en la memoria de un pasado. Un lugar que existió, que tal vez existe aún, pero que indiscutiblemente no forma parte del presente de quien lo presenta. Ese tipo de espacio de la memoria, nostálgico desde el instante mismo en que se descubre, se presenta usualmente afectado por los sentimientos de aquel que lo cuenta. Del tamaño, de la edad, de la forma… Siempre hago consciencia de que los espacios en la niñez eran mucho más grandes que hoy y al recordarles uno hala del pasado con la amplitud vivida. Un ejemplo de este espacio escondido entre las líneas del autor, es descubierto en el relato “la esperanza” del libro Alquimias de la ciudad perdida, donde el autor revela como pócima mágica su existencia “Que fácil era enlodarnos y sonreír nuestras hazañas, que simple era lavarnos el envés de nuestras manos envueltas en laureles. Y saltábamos en los charcos estivales y nos adornábamos con cadillos con nobleza como si fuesen nabos. Y juntábamos tapitas de colores para luego colocarlas en la espalda so pena de parecer reveses.”
Es difícil no imaginar este escenario con sus indiscutibles actores, correteando felices, inundados de alegrarías. Cada cual en su cabeza, lo construye con la arquitectura de la nostalgia expresada delicadamente por el autor. Callejones húmedos, charcos listos para ser asaltados por diminutas pisadas, las hojas de los laureles tamizando el cielo…
El espacio arquitectónico de palabras elegidas. Conceptos disfrazados
Caminando un poco más hacia la arquitectura, casi rozando sus muros. Vistiendo el especial traje de arquitecta que se bordó sobre mí al leer por primera vez la obra de Jose Enrique. He descubierto, o mejor dicho, fui asaltada por frases arquitectónicas disfrazadas de poesía. Frases a las que les llamo “constructoras de una arquitectura imaginaria”.
Estos versos son poesía, hecho que ante la obra completa del autor no se pone en duda, que empleando términos puramente arquitectónicos transgreden la realidad de su verdadero significado, multiplicándose y extendiéndose en su contenido.
El concepto de Verticalidad.
Es ciertamente la verticalidad un concepto arquitectónico. Este concepto presenta para mi uno de los puentes más claros que se construye entre la poética de Jose enrique y la arquitectura. Al recorrer el aposento de la obra del autor se advierte como crea un nuevo concepto de verticalidad en sus versos.
La palabra vertical o mejor dicho, el concepto completo que evoca un desplazamiento al infinito ascendente. La verticalidad existe en la poética de Jose enrique en forma de mujer. Y es curioso para mí el haber descubierto esta palabra acompañada de ese poético latido femenino cuando este concepto de manera casi universal es adjudicado al hombre. Entonces Jose Enrique se antepone la idea presentándose diminuto ante el ser amado, asumiéndola grande, mirando hacia el cielo para poder dormirse en su imagen.
“Tu tan erguida/ infinita/ entonces tu eco movió mi centro” (Ruletas y Naipes)
“Cuando te veo/ pareces un instante en vertical”
Otros ejemplos de este lenguaje poético – arquitectónico que asaltaron mi sub consciente, son presentados a continuación a modo de cierre de mi exposición junto a un brevísimo contracanto o respuesta que he escrito a cada uno en honor al autor, palabras nacidas en mi mundo imaginario, después de haberlos tomado sorbo a sorbo.
“Antes de decidir la textura del destino/ Antes de sumergir mi borde / en los nudos o en los tallos”
Voy uniendo los nudos de los tallos con líneas imaginarias, sus bordes ya se han convertido en ramas estiradas dibujando el laberinto de un lienzo de luz, esas líneas son mis dedos, mis nudillos amarrados a los árboles.
“Conozco suficientes vértices /duplicados en esquinas que señalan / la calle sin salida que siempre / entorpece la mirada. “
En una caja rota, despedazada, he reconstruido tus rincones. No existen calles con salida en esta caja.
“Ya pude sumir longitudes en tus límites”
Navaja, corta
esas longitudes que
invaden bordes
“Dormitando en tu línea imaginaria”
La cabeza cae de improviso, un bostezo se adueña del mood y esa línea imaginaria que has dibujado, se borra entre sueños.
Junto a esta despedida les invito a que se animen hacer una excursión hacia la obra de Jose Enrique usando anteojos con diferentes perspectivas, se atrevan a descubrir las palabras que brotan incesantes dentro de los aposentos que este trabajo literario construye palabra a palabra.
Omar Rancier |
Animula,vagula,blandula...
De Borges a Lezama.
Omar Rancier.
Animula, vagula, blandula
Hospes comesque corporis
Quae nunc abibis in loca
Pallidula, rigida, nudula,
Nec, ut soles, dabis iocos...
(Pequeña alma, errante y encantadora
Invitada y compañera del cuerpo
Que pronto partirás a lugares
Pálidos, frígidos, desnudos
El fin de todas tus bromas)
Adriano
Cuando pienso en definir la poesía me viene a la memoria la rima de Bécquer , " el meloso" como le llama JED, que termina con el contundente.
Poesía eres tu.
Y así la entiendo, poesía eres tú, él, ella, aquel, somos todos...es esa proyección del sentimiento hacia el mundo, simplemente.
Cuando pienso en poética, me voy a la definición de Umberto Eco, en el sentido de que poética es la capacidad que tiene un texto de comunicar diferentes significados, o sea de leerse de diferentes formas.
Y JED se expresa en ambos lenguajes, en la prosa poética donde juega con los significados múltiples que permiten una cascada de interpretaciones, a lo Borges , a lo Lezama y en el lenguaje de la poesía; breve y cargado de sentimientos, como Bécquer, el meloso.
Lezama, desde su mundo mágico de la cantidad hechizada, habla de poiesis y nos arrolla con un mundo de palabras y erudición regurgitado un Caribe mágico que se resuelve en el capítulo VIII de Paradiso y Borges desde su ceguera iluminada sueña, con Funes , el memorioso, el sueño del soñador que recoge José Enrique y lo convierte en una metáfora de la ciudad perdida.
La voz de el poeta se desgrana en discursos, ritmos y cadencias que nos hablan, gritan y susurran a la vez y nos descubren un mundo, o mejor , nos descubren una nueva manera de ver el mundo donde las hormigas y la tierra son interlocutores idóneos del cielo y del mar, donde la propia ciudad hay que descubrirla entre pliegues y rizomas hechos de palabras, cabalgando desenfrenada sobre un trópico entrópico que descubren los pioneros entre sendas perdidas y pedregales filosos.
La ternura, por su parte, brota, y cruje como una vena rota, en breves destellos de sentimiento.
La lectura de los textos de JED la podemos hacer en tres tiempos:
La poesía
La prosa poética
Y los Ensayos
Y cada uno de esos tiempos nos hablan en un discurso poético - Eco- que nos refieren a autores latentes que permiten a nuestro poeta recoger de ese legado para construir un legado propio.
Quisiera comenzar explicando el título.
El verso de Adriano, me parece muy apropiado para describir al poeta.
Animula, vagula, blandula ( pequeña alma, tierna y flotante)
Así veo el alma de José Enrique.
Un alma pequeña en sus dimensiones corporales, pero a la vez grande en una ternura especial que flota sobre los sentimientos y las cosas.
De ahí se desprende una voz que va tejiendo su discurso a partir de otras voces y aparece Borges, su predilecto, en su sueño que se sueña desde el propio sueño del soñador:
Inio tenía sueños recurrentes. Soñaba con lugares perdidos, llenos de luz. Soñaba convertido en sonrisa, bañado en carcajadas amarillas emanadas del abismo...
( Alquimias de la Ciudad Perdida, El Sueño. Pág. 73.)
Aparece Bécquer, el meloso, tejiendo sentimiento en las vírgenes vestales:
"de pechitos nuevos y bucles entrelazados"
( Alquimias de la Ciudad Perdida, La Misión. Pág. 63.)
Y en la pedrera urbana aparecen, del lar nativo, Manuel Rueda desgajando la ciudad como una muñeca rusa y Marcio Veloz Maggiolo escucha la voz de Ramón Francisco "en el pregón y el canto musical de la vida"
Caminó sola por las calles del oeste y pisó cada adoquín de la Plaza Mayor, visitó las ruinas y descubrió el Alcázar, divisó los muros y pudo combinar el minutero con la hora en el reloj del sol...
( Alquimias de la Ciudad Perdida, La Misión. Pág. 63.)
A mi, particularmente, se me enreda Lezama en varios de los textos delmontinos.
Caminaba a grandes pasos que apuraban su sendero sin destino, dormitaba entre Orión y Casiopea, y peinaba su antebrazo al despertar...
( Alquimias de la Ciudad Perdida, La Pasión. Pág. 56.)
En la poesía de Delmonte resuena el beso de Miguel Hernández, el poeta-pastor de la República Española revolucionaria:
Beso que parece cierre beso que se abre en beso
Beso tan redondo tan contorno tan completo
Beso aun beso que no escapa jamás el beso
Beso que repite las marcas del beso
Beso fuego
(Intensidad, Inédito. 2014.)
Quiero detenerme en el poema Inminencias, dedicado a Emilio Brea, a propósito.
Emilio, el amigo, mentor, consultor, de José Enrique.
Ese texto resalta claramente como el poeta, JED, transmuta el dolor lacerante de la perdida de su amigo, en una breve, conmovedora y bella elegía donde dice:
La inminencia en el verbo
donde calas esas impávidas versiones
de breves apegos tiernos
de incesantes convergencias
(Emilio en Tango Doble, Inminencias. http://rancier-penelope.blogspot.com/2014/08/celebrando-emilio.html )
Y del que escribió en prosa y en tango doble:
Me habló de futuro, de mi propio futuro donde él esperaba verme, de tantos planes editoriales y de ideas. Me tuve que ir y dudé si tomarnos una foto, sentí que ya no habría otro momento pero aposté al optimismo y nos prometimos porvenir. Me miró con aquellos ojos que transmitían piedad y gracias. Nos abrazamos y sonreímos y le pedí que sanara pronto. Cuatro días después entró en su fase final. Estuve todos los días junto a él hasta su partida. Había terminado su historia y apenas comenzaba su inmortalidad…
(Emilio en Tango Doble. http://rancier-penelope.blogspot.com/2014/08/celebrando-emilio.html)
En los ensayos, Eco resuena entre los muros y la arquitectura se convierte en habla, en parole, en trópicos y palmeras y en gritos que tratan de rescatar nuestras esencias construidas de los piratas de cuello blanco que asaltan nuestras ciudades y nuestras vidas.
Quiero terminar con el final de los versos de Adriano, un poco indicando lo que le espera a nuestro poeta, arquitecto y amigo:
Quae nunc abibis in loca
Pallidula, rigida, nudula,
(Que ahora te preparas a bajar
Por lugares pálidos, rígidos y desnudos)
O sea enfrentar nuestra sociedad….
Omar Rancier
Poética de Febrero. Puerto Plata, 13 de febrero de 2015.
Jennet Tineo |
La palabra: el ladrillo que sustenta la
verdad alquímica que funda la ciudad del sueño, en la prosa poética de José
Enrique Delmonte.
por Jennet Tineo
La
pelota qué arrojé
cuando jugaba en el parque
aún no ha tocado el suelo.
Dylan Thomas
Un incendio en medio de la nada fundó las estrellas,
provocado en su efecto por causas ocultas en lo oscuro, semillas que sólo son
conocidas por las manos del sabio, iniciado avanzado en operar el cuerpo
incorruptible del absoluto, poderosas armas que las mentes profundamente despiertas
insinúan y conocen. Estas armas son herramientas que construyen ideas, sistemas
y estructuras, tienen la capacidad de destruir en la misma sagrada medida en
que crean los mundos posibles.
José Enrique Delmonte lleva la palabra como un sino de su
memoria, la lleva intacta como la ciudad que evidencia y describe en su libro Alquimias de la ciudad perdida, y es
precisamente ella, la palabra, la bailarina iluminada en el escenario del
cosmos, esa malabarista incandescente que funde internamente lo que es: en la
materia, lo que es: más allá de lo tangible y muestra el origen de todo.
Alquimias de la
ciudad perdida es una recopilación de textos breves,
escritos en prosa poética, estampas y relatos que nos citan en lugares donde lo
real y lo imaginario pierden la fina línea guía que los sujeta. José Enrique
Delmonte logra en ellos trasmutar, en ese cruce de realidades y sueños, lo
fantástico y es allí donde reside lo poético.
Un discreto viaje literario que comienza con la idea, donde
se esgrime “un grito de guerra contra el
olvido”, y es que antes de continuar sobre las líneas y lo que develan,
debemos decir que la ciudad, y así nos lo plantea este arquitecto poeta, no es
esto que capturan los sentidos en el instante; la ciudad esa que es plena y
real, es la que almacenamos en nuestras memorias, la ciudad es un fantasma
mental, no está construida de materia; está construida de los átomos
transparentes de la idea, que se alza como piedra para sólo ser a partir de
cómo es recordada, y sólo esto tiene sentido en su aire.
“Eran tenues
carpinteros fabricantes de instrumentos capaces de abrir los sentidos de los
que habitan un mundo ciego y estridente. Eran los que regaron el oficio. Eran
los pioneros…” Así nos describe Delmonte a esos padres
hacedores, forjadores del principio, que conciben en sus sendas los nuevos
caminos que marcaran los pasos del futuro, ese fruto que se come congelado,
bajo un sol implacable.
A partir de la esfinge que la idea es sobre la isla, surge
el sistema, y es en esta parte que comienza a evidenciarse la formula mediante
la que se pasan uno y otros la sabiduría y el conocimiento, porque la solidez
de las civilizaciones comienza en los cimientos, y esos cimientos son vocablos
evocados y específicos que unos pocos conocen, y como bien nos dice la
narración: era lo mismo que formar una fila para seguir el camino de la
espalda, yo te sigo, tú me sigues y nadie debe mirar atrás, se trata de una
filosofía hermética, pues como dice Hermes Trismegisto; “Los labios de la sabiduría permanecen sellados excepto para el oído
capaz de comprender.”
El origen del caribe y sus ciudades de sol, cuyos puntos cardinales orientan a quien escribe y
quien escribe edifica la urbe sobre el misterio, en la narrativa de José Enrique,
nos recuerda a Macondo en sus personajes y sus imposibles reviviéndonos el alma;
y seguimos el intermitente rastro de la luz, que realza bajo su lluvia
incesante: la Estructura, título del
tercer relato del libro.
En este encontramos un mantra salvador de la piedra y la argamasa que
dice: “Soy capaz de levantarte, oh muros,
y colgarte oh vigas para hacer de ti un palacio de envidias”. Se transforma
en un canto inesperado que incita al lector a continuar lentamente hasta alcanzar
la alquimia de la ciudad resuelta.
Los brazos abiertos de las metáforas, tienden alfombras de
verde pasto para volar desde el punto fijo que este narrador omnisciente nos
presenta en cada entrega, aborda la nave del relato breve tipo estampa, creando
imágenes que invaden y se mezclan, podemos descubrirlo en un lenguaje nuevo,
que eleva lo técnico al arte, buscando sublimar e hipnotizarnos vinculando
personajes míticos, mitológicos de la historia universal con personajes citados
desde su inventiva de creador, personajes que nos recuerdan espacios y escenas
de la infancia, eso que nos es común en la maleta de nuestras experiencias.
En la Propuesta,
cuarto relato del libro podemos abrazarnos con fuerza de estas líneas
impactantes que dicen: “Al golpe del
primer tambor resonaron la tibia y el peroné que crujieron como leones alados
en medio de la tundra. Paso a paso entre contrapuntos y corcheas…” Son
estas palabras las que ambientan nuestra entrada a la noche, al movimiento
telúrico que nos sugiere el escritor con la danza. Porque todo es movimiento,
nada se escapa hacia lo estático, hay que estar ciegos para creer que las cosas
no avanzan o retroceden, levemente todo es movimiento.
Llegan Rómulo y Remo acompañados de Nerón a la costa, y
puede sentirse en su llegada el olor de la sal, la determinación y el fuego, el
dolor propio del inicio y es así como acompañados de estas figuras universales
se reescribe la historia, y una nueva ciudad surge desde el viejo cascarón de
la otra, esa que fue escribiéndose desde la otra orilla.
Una implacable señal impregna el sexto relato, bajo el título de la Esperanza, la esperanza que se
instala en nuestras sienes como un
programa-consecuencia, eso que surge en los momentos más angostos del camino,
es en este relato donde todos los lectores terminamos implicados y sin vuelta
atrás comprometidos. “ Y saltábamos en
los charcos estivales y nos adornábamos con cadillos que crecían con nobleza
como si fuesen nabos. Y cosíamos los ruedos con gamuza para hacer más ligera la
pisada, ¡Qué momentos Dédalo como olvidarlos!” Al involucrar el
olvido, José Enrique Delmonte evidencia la gran brecha entre la naturaleza y
los artificios, un sutil; pero vibrante planteamientos nos hace recordar
el pasto virgen y su sensación en los pies, en su indomable altivez contra la
tela, hermosa postal del espacio vivo,
eso que tú que también eres Dédalo no debes jamás extirpar de tu memoria.
El Compromiso termina siendo
el puente de unión entre estas dos ciudades, la que se siembra en la tierra y
la que se eleva hasta convertirse en un frondoso árbol en nuestras conciencias,
por esto en el séptimo texto las verdades se plantean amargas, difíciles de
tragar y a pesar de ello un encantador hilo de azúcar las corrompe exponiéndola
en estas líneas: “Hay promesas que es
mejor no conocerlas, que es mejor no dejarnos convencer por su franqueza. Son
pequeñas carnadas fusionadas con almíbar para luego ser vendidas por centavos”.
Desde el fondo del octavo relato surge una consigna casi militar y
extraordinariamente es la marca más terrible de nuestro destino como pueblo
confitado en una isla que se divide en dos mitades, sin equilibrio y de
desiguales distancias territoriales, estas son las palabras que siniestramente
en el texto hacen eco en nuestra identidad isleña: “Se tiñó de cascaras la línea divisoria de la isla para humedecer la tea
que había quedado encendida desde la última batalla”.
En la Pasión, noveno título
al interior del libro, crece el realismo mágico orientado por la religiosidad,
inequívoca característica de nuestra idiosincrasia, se personifica en un hombre
cuya cruz nos recuerda a Cristo en su propia pasión, sólo que este personaje
tenía la rara capacidad de establecer una nueva dimensionalidad a lo pesado y a
la monumentalidad de su problemática, en su fantasía podía dormir ligero y en
esa parte estalla un dilema moral, o quizás una solución desde el punto de
vista emocional, encontrar un posible escape como quien cierra un poco los ojos
para no ver y se relaja en medio de lo hostil, inevitablemente tenemos que
pensar en nuestras propias posturas ante los problemas sociales, en muchas
ocasiones redimensionamos a conveniencia las situaciones. Así el autor nos cita
a todos ante el décimo relato, con la clara idea de plantearnos la Misión, establecer a partir de él
nuevas reglas, utilizando una personalidad de la literatura, la escritora
francesa del sigo XIX, George Sand,
quien viene montada en una alondra a hechizar el mapa de la primada con sus
pócimas inesperadas, que disfrutaran a lo largo del texto que da cuerpo a esta
narración.
La luz rasga finalmente la túnica opaca del viejo casco urbano en su
historia y fundación, con el planteamiento de la Visión desde el onceavo escalón de palabras descriptivas del
onceavo relato. Surge en la determinación, la duda en esta oración: “Y pensaron regresar, desistir de esa locura
de llamar los huracanes con dos piedras amarradas en un palo de limón”. Pero la siesta le hizo imposible el regreso,
no hay retorno para quien ya ha puesto un pie en la arena movediza de su propio
destino. Doce marca el minutero, para percibir el somnífero sonido del Sueño, doceavo espacio textual del
libro. La simbología sagradamente venerada por la ancestralidad nos provoca
suspicacia al encontrarnos de frente con un cielo geométrico dispuesto a
develarnos sus secretos más obtusos, esto se evidencia en el párrafo que dice: “Y el escribano hablo: señoras y señores, hoy
somos testigos del nacimiento del símbolo, y la euforia destruyó el silencio de
los presentes, que gritaron agitados, viva el rey y sus dominios, viva Persio y
su designio de ensortijar nuestro destino, y se partió el cielo en triángulos
sucesivos de treinta y tres grados y un rayo sinusoidal de color eneo casi
similar al estaleo pero más pálido, se convirtió en martillo para girar sobre
su centro y construir paredes y columnas, para levantar alfices y molduras,
para cerrar las bóvedas de grandes luces soportadas sobre tierra humedecida,
para coordinar los vértices donde colocar campanas que alcanzaran un día a
responder con resonancias casi eternas los quejidos de los perdidos”. Así nos deja claro José enrique
Delmonte el punto donde comienza la verticalidad de los sueños.
En la acción de convertir el metal inerte de lo pensado en resolución
viva, aparece la Oferta, treceavo
lugar de esta ciudad textual en su alquimia. En este experimentaremos el
erotismo ofrecido desde los húmedos
muros del deseo, una postal del paraíso; y nos habla del mar, de ciudades
perdidas, el reino donde todo lo perfecto colisiona y desaparece, la Atlántida,
esa visión mitológica de la utopía. Un aterrizaje forzoso en el Absurdo posición catorce del conteo,
donde el escritor poetiza lo recurrente en el imaginario del libro y finalmente
algo cambia, empujado desde el ritual de la prosa poética que caracteriza esta
estampa.
Y es así como llegamos a trasmutarlo todo, cada texto es metido al fuego
y su impacto, declarando la trasmigración de la idea de nación y su perdida
desde los vericuetos del olvido, a la digestión de los elementos de un lenguaje
nuevo formados por las letras de una ciudad configurada en su distancia
perpetua, el relato número quince,
metafísico y trasgresor bajo el título de la Alquimia, encierra y libera el deseo como un ave que sobrevuela
invadiendo cada grieta con el perfume propio de las posibilidades.
José Enrique Delmonte no sólo mueve nuestro mundo desde sus propuestas
arquitectónicas y de prosa; sino que extiende el dominio de la construcción
creativa desde las alas porosas de la poesía y surge el misterio del amor entre
las sabanas con Once palabras que mueven
tu mundo y otros poemas inéditos.
Once palabras que mueven tu
mundo, poemario que exhibe una brillante sutileza,
refresca los sentidos arrasados por la sensualidad del amor y la nostalgia: se
extraña, se sufre, se reconoce en el otro un espejo y una perdida incalculable
del espacio que llamamos propio; como cuando leemos esta estrofa del poema Al Cabo de los años que dice:
Cuando te veo
Pareces una espuma, que aún permanece
O una estela endurecida sobre aguas
O una marca que señala el vacío ya perdido
O tal vez
Una luciérnaga dando vueltas sobre vueltas
Un paso congelado
Y continúa diciendo:
Y te veo y peco sin piedad, sin aliento
Vuelco mi esperanza en tu techumbre
Duermo, varias veces, aprisionado por tus duendes.
Nunca deja de lado el poeta su capacidad de reconocer en las calles,
esquinas inesperadas, espacios hechos de palabras y momentos; nunca deja de
lado el poeta su capacidad de poetizar las formas, las estructuras, la cadencia
y el ritmo de lo arquitectónico. La poesía cobra una fuerza distinta coloreada
por vidrieras altas, vitrales de su alma y en poemas como En la otra orilla, la piel descubre una nueva textura cuando
leemos:
Soñábamos las islas insomnes
Las líneas adyacentes que confinan al mundo
La espuma que nos traga en fantasías de dos puntas.
Y contábamos pendones amarrados al espejo:
Un pocito de favores
Una esquina de solsticios
Una almendra madurada entre tus manos
Un martillo
Y dos cajuelas.
Versos contundentes conspiran hasta producir un movimiento en el alma
del que lee, y el poeta nos dice:
Te sabía una parada inevitable
Un pedazo de viento que somete latitudes
Un estío
Un sombra o tal vez un pétalo
Eternizado con tu nombre.
En el poema titulado Cuando el
Olvido perdió la memoria, la figura humana se presenta en su división de
géneros, enamorada y suspendida mientras el poeta nos eleva con esta estrofa.
El miro por un instante
Su figura
La entendía
Como un ritmo necesario del destino
La beso entre sus dedos
Calurosos, la abrazo y la lloro
El entonces dijo esa frase inesperada
Esa suma de figuras incesantes
Un conjunto de palabras destructoras de su símbolo.
La soledad es otra cosa en la poética de Delmonte, estar solos pasa a
ser el disfrute de una presencia hecha de nostalgias, del privilegio de otro
tiempo más hermoso en compañía, tal como exaltan estas líneas del poema Solos:
Después de la jornada
Apenas quedan rostros
Pocas nueces
Dos o tres vasos desechables
Suspendidos en el patio
La imagen inerte del desconocido
Que rego historietas ya gastadas…
Más adelante
continua diciendo:
Marcas de migajas y sombras
que rodaron hacia donde fue la algarabía.
Lo mismo sucede en el poema Estas
y existes, donde se me hace imposible no transcribirles estos versos
hermosamente logrados:
Si te vas
Treparé despacio
Tenue
Ligero a las copas más oscuras.
…
Si te vas, moriré en la tarde que duele en la
esquina solitaria.
La presencia del mar penetra la arquitectura azul del verso en la sal,
la espuma, el agua y su ola; así nos dejamos poseer por el poema cuando intuido
desde el vaivén, busca nombrar lo amado, como nos manifiestas estas estrofas
del poema Escribo incesante tu nombre que
dicen:
Es un giro de espumas y sales.
Una estela sembrada en mis noches.
Tal vez una línea
Sin bordes ni esquinas.
O quizás una niebla,
Un suspiro, una huella.
O una queja fijada en el tiempo.
Cuando tuerces
-al fin-
Pones tu línea en mis manos y escribo incesante tu
nombre.
La danza y la
sutileza del movimiento es un signo, signo de los cuerpos y sus orbitas, de lo
femenino y lo masculino entendiendo su papel desde la interacción con el
opuesto, derivando el absoluto en estos versos que anidan la música del vértigo
cuando el poeta escribe:
En tu cercanía
-te juro- Detienes el mundo
En la danza que aún espera
Como si nada hubiese sido antes de nosotros.
El tiempo se maneja
en los poemas como un perseguidor indiscutible de las palabras, que se agotan
tras su paso invencible y efervesce en versos como estos del poema Suficientes vértices:
Dos zumbadores
Solo dos
en medio de los tantos cronogramas
Que llevamos para seguir adelante
Ya suena la hora y me espanto
Éxtasis pleno en la
brevedad del poema que da título al libro:
Once palabras que mueven tu mundo y respira en su caligrafía de humo tres
encantadores versos en la sintonía de la luz que dicen:
La mano que te falta
Diluye
La mano que te toca
Grandioso, así en
ese breve espacios de palabras crece la admiración de lo perfecto, a veces
pensamos que para decir mucho hay que abundar, pero esto la verdadera poesía lo
desvirtúa en su precisión, porque las palabras bien armadas de su ruido
interior nos dejan esa vibración que se extienden más allá de su significado,
al ritmo del alma y dicen mucho más que
lo que puede leerse.
José Enrique
Delmonte arquitecto y poeta es un genuino creador, está parado sobre el
sentimiento dejándose provocar, inaugurando en sus metáforas e historias un
relámpago que vincula mundos distintos, donde el arte crece como un puente
indiscutible y perpetuo sobre las aguas incesantes de la experiencia humana.